Temblor de Maggie Stiefvater
Necesitaba confesárselo, un lugar donde poner este insoportable peso que tenía en el pecho.
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Temblor de Maggie Stiefvater
Necesitaba confesárselo, un lugar donde poner este insoportable peso que tenía en el pecho.
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Siempre de Maggie Stiefvater
Desde que se había ido a vivir a casa de Beck —no, a mi casa—, Cole se había convertido en algo que me resultaba totalmente ajeno. Era como si no pudiese evitar destrozar cosas; el caos era un efecto secundario de su presencia. Tenía el suelo lleno de cajas de CD, se dejaba el televisor encendido con la teletienda, abandonaba sobre los fogones una sartén llena de algo pegajoso y carbonizado… El parqué del vestíbulo estaba lleno de agujeritos de uñas que hacían un recorrido de ida y vuelta desde la habitación de Cole hasta el baño, como un abecedario Braille lobuno. Inexplicablemente sacaba todos los vasos del armario de la cocina, los organizaba por tamaños en la encimera y se dejaba las puertas abiertas, o veía a medias una docena de películas de los años 80 y dejaba las cintas sin rebobinar en el suelo, delante de un vídeo que había encontrado guardado en el sótano.
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Siempre de Maggie Stiefvater
Se hizo el silencio; duró tanto que pensé que había colgado. —Sam, ¿sigues ahí? Él se rio. —No… no me podía creer que fueses tú de verdad —dijo con voz temblorosa—. Eres… No me podía creer que fueses tú de verdad. Pensé en cómo sería el reencuentro: aparcaría el coche y me abrazaría, y yo me sentiría segura y me engañaría pensando que no lo abandonaría nunca más. Lo deseaba con tantas fuerzas que sentí un pinchazo en el estómago. —¿Vendrás a recogerme? —¿Dónde estás? —En la Tienda de Aparejos de Ben. En Burntside. —Dios. Salgo enseguida. Llegaré en veinte minutos. Ya voy. —Te espero en el aparcamiento —repuse enjuagándome una lágrima que se me había escapado sin querer. —Grace… —dijo, y se calló. —Lo sé —contesté—. Yo también. |
Siempre de Maggie Stiefvater
La loba echó a correr al mismo tiempo que la voz de Cole resonaba en el jardín: —¡Largo de aquí, zumbada! Shelby se perdió en la oscuridad al mismo tiempo que la puerta de atrás se cerraba con un chasquido. —Gracias Cole —dije yo—. Has demostrado mucha sutileza. —Es una de mis grandes virtudes. |
The Raven Boys: La profecía del cuervo de Maggie Stiefvater
—Que te den, Gansey. Vete a la mierda. Gansey cerró los ojos. Adam le dio un empujón a la puerta y, al ver que no se había quedado cerrada, volvió a empujarla. Gansey prefirió no abrir los ojos. No quería ver a Adam. No quería ver si había gente observando a un chaval montándole un número a un petimetre con jersey de Aglionby y Camaro de color naranja chillón. Sintió odio: por el uniforme del cuervo, por el coche llamativo, por todas las palabras rimbombantes que sus padres empleaban, por el abominable padre de Adam, por la permisiva madre de Adam y, sobre todo, por el sonido de las últimas palabras de Adam, que se le repetían en la cabeza sin cesar. No podía soportarlo. No podía. Al final, resultaba que no era nadie para Adam, que no era nadie para Ronan. Adam le había recriminado su modo de comportarse y Ronan desperdiciaba las segundas oportunidades que le daba. Al final, no era más que un niñato con muchos juguetes y un agujero en el pecho que, año tras año, iba deshaciéndole el corazón. La gente siempre lo abandonaba. Pero él, sin embargo, no parecía capaz de abandonar a nadie. + Leer más |
The Raven Boys: La profecía del cuervo de Maggie Stiefvater
—Gracias —contestó Adam. No era la respuesta más apropiada, pero tampoco estaba de más. A Blue le gustó su modo de ser educado. Era distinto del de Gansey. Cuando Gansey era educado, se volvía poderoso. Cuando Adam era educado, cedía poder. Parecía prudente dejar a Gansey el último, de modo que Blue pasó a Ronan pese al temor que este le inspiraba. Aunque todavía no hubiese abierto la boca, se notaba que tenía una personalidad tóxica. En opinión de Blue, lo pero era que, de algún modo, su actitud antagónica empujaba a desear su complicidad, a ganarse su aprobación. Le atraía el desafío de hacerse con el apoyo de alguien a quien, a todas luces, no le importaba nada ni nadie. |
The Raven Boys: La profecía del cuervo de Maggie Stiefvater
A excepción del zarrapastroso, la compañía de Gansey era la misma que había visitado el Nino. La presencia de los tres resultaba arrolladora de tan ruidosa y masculina, y la confianza con que se trataban construía a su alrededor una muralla insalvable. Sus relojes, zapatos y uniformes destilaban exclusividad y sofisticación, y parecían, más bien, armas o escudos. Incluso el tatuaje que le reptaba por el cuello al soldadito lograba que Blue se sintiese amenazada.
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The Raven Boys: La profecía del cuervo de Maggie Stiefvater
Ante ella estaba el chico multitarea de Aglionby, pulcro y presidencia. Llevaba un reloj que podía costar más que el cohce de Maura, y allí donde la piel quedaba al descubierto, lucía un moreno perfecto. Blue no entendía cómo hacían los chicos de Aglionby para broncearse antes que la gente de Henrietta. Imaginaba que tendría que ver con cosas como las vacaciones de primavera y lugares como Costa Rica o las playas españolas. Aquel tía estaba más cerca del estatus de pigmeo tirano de lo que ella lo estaría nunca. —Espero que puedas ayudarme —dijo él, con un aplomo que sugería más certeza que esperanza. Debía hablar alto para hacerse oír, e inclinaba la cabeza hacia abajo para mirarla a los ojos. Había en él algo que impresionaba, que daba sensación de mucha estatura a pesar de que no fuese más alto que la mayoría de la gente—. Mi amigo Adam, bastante pudoroso para las ocasiones sociales, cree que eres guapa, pero no se atreve a acercarse. Está allí. Entre el zarrapastroso y el malhumorado. Con bastante reticencia, Blue dirigió la mirada hacia donde se le pedía. Lam esa estaba ocupada por tres chicos: el zarrapastroso tenía un aire arrugado y desvaído, como si hubiera dejado de lavarse demasiadas veces. El que se había golpeado con la lámpara era atractivo y llevaba la cabeza rapada: un soldado en guerra con el mundo. Y el tercero era... elegante. O tal vez no, pero estaba cerca de serlo. De complexión delgada y ojos azules, transmitía fragilidad y era lo bastante guapo para gustarle a cualquier chica. Pese a sus instintos, que la empujaban a lo contrario, Blue cedió un poco. —¿Y...? —preguntó. —¿Y me harías el favor de venir y hablar con él? (...) —¿Y de qué piensas que voy a hablar con él? —Ya se nos ocurrirá algo —replicó el chico, despreocupado—. Somos gente interesante. (...) —¿Te das cuenta de que llevo un delantal? —le espetó al chico—. Eso significa que estoy trabajando. Ganándome la vida y esas cosas. Él continuó sin inmutarse. —Ya me ocuparé yo de eso —dijo. —¿Qué te ocuparás de eso? —Claro. ¿Cuánto ganas por hora? Ya me encargo yo. Y además, hablaré con el encargado. Blue tardó unos segundos en encontrar respuesta. Nunca había creído que en la gente que decía quedarse sin palabras, pero ella, en aquel momento, no las tenía. Abrió la boca y, en un principio, tan solo le salió aire; luego, lo que parecía ser el inicio de una carcajada. Finalmente, consiguió decir. —No soy una prostituta. El chico de Aglionby se quedó boquiabierto, pero después comprendió. —Ah, no me refería a eso. NO es eso que he dicho. —Sí, ¡sí que es lo que has dicho! ¿Crees que puedes pagarme para que hable con tu amigo? Me imagino que estarás acostumbrado a pagar por horas la compañía femenina y que no tendrás ni idea sobre cómo son ls cosas en el mundo real, pero... pero... —Blue se detuvo a pensar qué prentedía decir algo con todo aquello, pero no logró concretar el qué. La indignación había enterrado sus funciones mentales, y lo único que le quedaba era el impulso de darle un sopapo a aquel impertinente. El chico quiso protestar pero Blue fue más rápida—. Mira, las chicas, cuando nos interesa alguien, nos acercamos a él gratis. El chico de Aglionby no contestó de inmediato. Se tomó un momento y entonces, sin alterarse, dijo: —Has dicho que estabas trabajando. Me pareció inapropiado no tenerlo en cuenta. Siento que te hayas sentido insultada. Te entiendo, pero me parece un poco injusto que no hagas tú lo mismo por mí. —Lo que a mí me parece es que te sobra superioridad —replicó Blue. + Leer más |
The Raven Boys: La profecía del cuervo de Maggie Stiefvater
Salió con Ahsely a la escalera, y ambos comenzaron a descender. Adam lo oyó decir las primeras frases del discurso con el que salvar los muebles: «Como te dije, tiene problemas. Pensaba que no estaría aquí. Fue él quien encontró a nuestro padre, y eso lo dejó muy tocado. ¿Qué te parece si vamos a cenar marisco? ¿No crees que nos vendría bien algo de langosta? Yo opino que sí». En cuanto se cerró la puerta, Gansey dijo: —Ya te vale,Ronan. Ronan continuaba crispado. En su código de honor no había espacio para infidelidades ni relaciones casuales. No era que no las aprobase, sino que no las comprendía. —Es un mujeriego, sí. Pero no es problema tuyo —afirmó Gansey. En opinión de Adam, Ronan tampoco era problema de Gansey, pero aquella no era la primera vez que hablaba del tema. |
The Raven Boys: La profecía del cuervo de Maggie Stiefvater
Del otro lado de la línea telefónica, Ronan Lynch, su compañero de piso, contestó: —Te has perdido Historia Universal. Pensaba que estarías muerto en una zanja. Gansey volvió la muñeca para consultar el reloj. Se había perdido mucho más que Historia Universal. Eran las once, y el frío de la noche anterior se le antojaba más una imaginación. Tenía un mosquito adherido a una gota de sudor, junto a la correa del reloj, y se lo quitó de encima de una sacudida. Cuando era pequeño, Gansey había ido una vez de acampada: tiendas, sacos de dormir y un Range Rover aparcado en las cercanías para cuando su padre y él se hubieran aburrido. Como experiencia, no había tenido nada que ver con la noche anterior: —¿Has tomado apuntes para pasármelos —preguntó. —No —contestó Ronan—. Pensé que estarías muerto en una zanja. |
Las carreras de Escorpio de Maggie Stiefvater
Y allí está la chica. Cuando la veo por primera vez, a lomos de su yegua parda, desde la atalaya en la que estoy, en la carretera del acantilado, lo que más me llama la atención no es el hecho de que sea una chica, sino que está en el océano. Hoy es el temido segundo día, el día en el que puede haber algún accidente mortal, y nadie se atreve a acercarse al agua. Y sin embargo, allí está ella, a lomos de su caballo, que tiene las patas metidas hasta las rodillas en el agua. Sin miedo.
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Las carreras de Escorpio de Maggie Stiefvater
—Si me ayudas, acabaremos antes —me pide después de analizarme. Lo dice entrecerrando los ojos, dándome a entender que se trata de una prueba. ¿Seré lo suficientemente valiente como para entrar en la cuadra de Corr después de lo sucedido ayer, después de haber tenido tiempo para reflexionar? Ese pensamiento me acelera el pulso. No se trata de confiar en el semental o no, sino de confiar en Sean.
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The Raven Boys: La profecía del cuervo de Maggie Stiefvater
Blue tenía dos normas: mantenerse lejos de los chicos, porque eran peligrosos, y mantenerse lejos de los chicos de Aglionby, porque eran una calamidad.
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Siempre de Maggie Stiefvater
Eres hermoso y triste. Igual que tus ojos. Eres como una canción que oí de niña y de la que no volví a acordarme hasta el día en que me encontré con ella de nuevo. |
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Rastro de Maggie Stiefvater
Como dice Rilke, Verweilung, auch am Verstrautesten nicht, ist uns gegeben, es decir: "No se nos permite perdurar, ni aun en aquello más íntimo".
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Rastro de Maggie Stiefvater
Esta es una historia de amor. Jamás imaginé que hubiera tantos tipos de amor, ni que el amor pudiera obligar a la gente a hacer tantas cosas diferentes. Jamás imaginé que hubiera tantas formas de decir adiós.
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The Raven Boys: el tercer durmiente de Maggie Stiefvater
Se quedó tumbada y trató de volver a dormirse, pero solo consiguió enfadarse aún más. Estaba harta de que Persephone, Cala y su madre le escatimaran información solo porque ella no tenía percepciones extrasensoriales. De no poder ni soñar con estudiar en un sitio que la atrajera, solo porque no era rica. De no poder agarrar la mano de Gansey porque no debían herir los sentimientos de Adam, de no poder besarle en la boca porque tal vez lo matara.
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Gregorio Samsa es un ...