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Palmeras en la nieve de Luz Gabás
Cogió el pequeño diccionario para ver por escrito las palabras que su hermano había marcado y le parecieron las normales de cuando se conoce a alguien que habla otra lengua: “¿cómo te llamas?”, “¿cuántos años tienes?”, “¿qué quieres?”, o “¿entiendes lo que digo?”. Sin embargo, al encontrar la traducción de las expresiones que, según Jacobo, más emplearía y escucharía, se sorprendió: “yo te enseñaré, trabaja, ven, cállate, estoy enfermo, no te entiendo; si rompes esto, te pegaré…”. ¡Esas iban a ser las palabras que más tendría que utilizar en los próximos meses! Si alguien le hubiera preguntado cuáles eran las palabras más frecuentes en el dialecto de su tierra natal, jamás se le hubieran ocurrido esas. Se negaba a creer que en los últimos años Jacobo no hubiera mantenido una conversación un poco más profunda con lostrabajadores. ¡Tampoco debería sorprenderle! Las anécdotas que su hermano relataba se referían normalmente a las fiestas en los clubes de Santa Isabel. Jacobo volvió a colocarse el sombrero y se dispuso a continuar con su eterna siesta. –Jacobo… –¿Hmmm…? –Tú que llevas años allí, ¿qué sabes de la historia del país? –¡Pues lo mismo que todo el mundo! Que es una colonia de la que obtenemos un montón de cosas, que se gana dinero… –Ya, pero… ¿De quién era antes? –Pues no sé, de los ingleses, de los portugueses… ¡Qué sé yo! –Sí, pero… Antes sería de los de allí, de los nativos, ¿no? Jacobo soltó un bufido. –Querrás decir de los salvajes. ¡Suerte han tenido con nosotros, que si no aún seguirían en la selva! Pregúntale a nuestro padre quién les puso la luz eléctrica. Kilian permaneció pensativo unos segundos. –Pues en Pasolobino tampoco hace tanto que llegó la luz eléctrica. Y en muchos pueblos españoles los niños han salido adelante gracias a la leche en polvo y el queso americano en lata. Vamos, que no es que nosotros seamos un ejemplo de progreso. Si miras las pocas fotos de cuando papá era niño, francamente, parece mentira que vivieran como lo hacían. –Si tanto te interesa la historia, en las oficinas de la finca seguro que encuentras algún libro. Pero cuando empieces a trabajar estarás tan cansado que no te quedarán ganas de leer, ya lo verás. –Jacobo se reclinó en su butaca y se colocó el sombrero sobre el rostro–. Y ahora si no te importa, necesito dormir un rato. |