Cuando venga el rey: Amor y muerte en una isla a la deriva de Luis Carlos Castañeda González
La ausencia de los alisios impidió la llegada de las nubes del norte y su humedad, y los veleros de los astilleros dejaron de fabricarse por inútiles, quedando los esqueletos varados en la playa, como estampas del pasado. La mar e calma se volvió cetrina y pestilente como el agua del un estanque y, en unos meses, el paisaje perdió sus colores y se cubrió de un manto grisáceo de polvillo sahariano milenario. La ciudad de las flores se convirtió en un desván olvidado. Fue el comienzo del fin.
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