Ana, la de Tejas Verdes. Ana, la de la Isla de Lucy Maud Montgomery
Charlie Sloane, sentado rígidamente encima del cojín más apreciado de la señorita Ada, preguntó a Ana una noche si estaba dispuesta a prometerle "convertirse algún día en la señora Sloane". Al llegar después de la declaración de Billy Andrews a través de una envidada, este episodio no supuso ninguna conmoción para la sensibilidad romántica de Ana, como habría posido ser de no haber mediado aquella extraña ocasión: pero sí fue otra desilusión desgarradora. También se enfadó, porque sentía que nunca le había dado Charlie el menor motivo para pensar tal cosa. Pero, como habría dicho la señora Lynde desdeñosamente, ¿qué se podía esperar de un Sloane? Toda la actitud de Charlie, el tono, el aire, las palabras, atufaban a "Sloane". Le estaba confiriendo un gran honor, no había duda de ello. Y cuando Ana, completamente insensible a ese honor, lo rechazó tan delicada y consideradamente comopudo, incluso un Sloane tenía sentimientos que no debían ser heridos en exceso. El aire de familia lo traicionó. Charlie no se tomó la negativa como habrían hecho los pretendientes imaginarios de Ana. En su lugar, se enfadó y lo mostró; dijo dos o tres cosas bastante desagradables. El temperamento de Ana se inflamó y le espetó un breve discurso cuyas frases atravesaron incluso la coraza protectora de los Sloane de Charlie y le llegaron a lo más vivo: él cogió su sombrero y se marchó de la casa con la cara muy roja; ella subió las escaleras corriendo, tropezando por el camino dos veces con los cojines de la señorita Ada, y se tiró en su cama llorando de rabia y humillación. (...) Luego Charlie dirigió sus afectos hacia una pequeña alumna de segundo, regordeta, sonrosa y de ojos azules, que pareció concederle todo el valor que se merecía; con lo cual perdonó a Ana y condescendió en volver a ser civilizado con ella, de una forma destinada mostrarle exactamente lo que había perdido. |