Vaya por delante que considero "Más perenne que el bronce" una magnífica novela histórica, a la altura, incluso, de "Yo Claudio" o la serie "Los Señores de Roma", de Colleen McCullough. Desgraciadamente, la figura de László Passuth sufrió años de silencio tras la implantación del comunismo en Hungría, lo que perjudicó enormemente su obra. Aún hoy en día es un escritor infravalorado.
László Passuth nació en Budapest en 1900. Viajó a España en 1933. Tuvo que ser ese viaje el que despertó su profundo interés por la historia y cultura hispánica. Fruto de ello fue la publicación en 1939 de "El Dios de la lluvia llora sobre México", novela centrada en la figura de Hernán Cortés y la conquista de Méjico. En su momento, el libro fue considerado una de las obras cumbres sobre la conquista de América. Hoy en día, con las desafortunadas revisiones históricas que se están llevando a cabo sobre la colonización, tanto la obra como su autor han pasado prácticamente al mundo del olvido.
En 1946 publicó "Señor natural", novela histórica centrada en la figura de Felipe II y en 1962 "Más perenne que el bronce. Velázquez y la Corte de Felipe IV", en la que relata la vida del pintor, al tiempo que proporciona una detallada visión sobre la España del Siglo de Oro.
Son pocos los libros que novelan la vida del pintor Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. "La luz dormida en el espejo", de Francisco Singull Lorenzo, "La cruz de Santiago", de Eduardo Chamorro, "El Aguador de Sevilla", de Francisco Robles y pocos más. Extrañamente he encontrado un libro, "El esclavo de Velázquez", de Fernando Villaverde, que narra la vida de Juan de Pareja, que sí fue esclavo de Velázquez. László Passuth relata este hecho del esclavo en la novela.
"Mas perenne que el bronce" comienza cuando Diego tenía once años, en Sevilla, y se alarga hasta su muerte en Madrid, el 6 de agosto de 1660. Passuth convierte al pintor en hilo conductor de las pasiones, intereses, intrigas políticas, luchas sociales, miserias y glorias del llamado Siglo de Oro español (1492-1659).
Aunque se ha dicho y escrito que la vida de Velázquez fue muy tranquila y monótona, Passuth se encarga de demostrarnos lo contrario. Diego Velázquez nació en Sevilla en 1599. Allí se formó como pintor en los talleres de Francisco Herrera el Viejo y Francisco Pacheco, con cuya hija Juana contrajo matrimonio. Juana, "la sombra fiel de Diego hasta el último aliento", falleció a los ocho días de haberlo hecho el pintor. Pasaron cuarenta y dos años juntos y tuvieron dos hijas; Francisca e Ignacia. Cuando Sevilla se queda estrecha ya para Diego, con veinticuatro años, en 1623, se traslada con su familia a Madrid. Se convierte en el pintor de cámara del rey Felipe IV. Felipe IV, desde que posó por primera vez para Velázquez descubrió en él algo especial. Se dio cuenta de que Velázquez era un pintor diferente.
Conocer a Rubens en la corte y contemplar y estudiar las obras maestras de las colecciones reales avivó en Diego el deseo de ir a Italia, lo que hizo en 1629. Felipe IV sentía especial pasión por el arte. Su deseo de aumentar sus colecciones reales con más obras de arte fue el motivo por el que encargó a Velázquez viajar nuevamente a Italia en busca de pinturas y esculturas antiguas. Viajó en enero de 1649.
En 1660 acompañó a la corte a Fuenterrabía, encargándose de la preparación del viaje. El trabajo debió ser agotador y a su regreso Diego cayó enfermo de "febris tertiana". El 6 de agosto de 1660 fallecía. Passuth logra con la narración de la enfermedad y fallecimiento del pintor momentos geniales.
¿En verdad, una vida poco novelesca? Para mí esa clase de vida es poco creíble. Tantas obras de artes no pudieron ser creadas por una figura de vida tan callada, tan anodina, tan flemática, como nos han contado. Algún día conoceremos más de las aventuras de este genio, seguro.
László Passuth va a reconstruir la vida del pintor a través de los momentos en que pinta cada una de sus obras. Vamos a ser capaces de saber de qué cuadro se trata y cuándo lo pintó, tal es la habilidad del autor (una edición ilustrada de esta novela sería el no va más).
Son extraordinarias las descripciones del proceso de creación de "Las Meninas" y "Las hilanderas".
Y entre cuadro y cuadro, Passuth nos va a contar sobre la corte y los acontecimientos históricos de la época con tan sorprendente precisión histórica que hay momentos en que el lector será incapaz de diferenciar la ficción de la realidad.
Por sus ochenta capítulos van a pasear las figuras más importantes de la época; Francisco Pacheco, pintor y suegro de Velázquez, El Greco, Francisco Herrera, José Ribera, el Españoleto, Quevedo, Lope de Vega, Rubens, el pintor más prestigioso de la época, la actriz María Calderón, amante del rey, con quien tendría un hijo extramatrimonial, Juan José de Austria, Ambrosio de Spinola , quien asedió la ciudad de Breda, Gaspar de Guzmán, conde duque de Olivares, genial la narración del momento de su caída en desgracia, Zurbarán, Murillo, el cardenal-infante don Fernando, hermano del rey, la mística sor María de Jesús de Ágreda, la reina Isabel de Borbón, primera mujer del rey, Baltasar Carlos de Austria, la corte entera con bufones y enanos. Pero sobre todos, el rey, Felipe IV, figura casi más importante en la novela que el propio Velázquez. Un monarca complejo, amante de los placeres, con una vida llena de luces y sombras. Un rey que necesitó tanto a Diego Velázquez que cuando le comunicaron su fallecimiento escribió "Quedo abatido" como único epitafio.
Aunque el estilo de la narración parezca lento, que lo es, es el adecuado y, pese a ello, la novela en ningún momento decae. El autor demuestra disponer de extensos conocimientos históricos, necesarios para que la narración y los diálogos parezcan reales.
En fin, una novela amplia y amena muy recomendada y un autor que merece una revisión de su obra.
+ Leer más