El vizconde y la cazafortunas de Lorraine Heath
El contrato. Por Portia, ese contrato podía irse al infierno. Pero había aceptado los términos. Las joyas, el orgullo con el que la presentaba a los demás, le habían hecho pensar que quizás había empezado a amarla. ¿Cómo era posible que las damas de Londres no supieran que era un hombre sin corazón? No era verdad, Locksley sí tenía corazón. Pero se negaba a abrirlo a la posibilidad del amor.
|