Besos de cereza de Lorraine Cocó
Solo quería probarla de nuevo, comprobar que era tal y como la recordaba; cálida, excitante. Ya no sabía a ingenuidad, pero eran aún más dulce, y en el momento en el que sus lenguas se unieron, supo que había quedado embrujado de nuevo. Lo que empezó como una necesidad, rápidamente pasó a ser algo devastador, urgente, instintivo y animal. Sí, Andrea ya no desprendía ese halo de inocencia e inseguridad, pero ahora, la mujer que acogía entre sus brazos despertaba en él una pasión salvaje que era capaz de arrasarlo por completo. Ambos habían madurado, y aunque su cuerpo la reconoció en cuanto posó las manos en ella, también supo que aquel alucinante beso que habían compartido era solo el aperitivo de mucho más, infinitamente más.
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