Cuando acaba el silencio de Lidia Fernández
me resulta curioso que el mar parezca siempre el mismo, aunque nunca lo sea en realidad. Está ahí todos los días, con el mismo olor y casi el mismo aspecto, y, aun así, el agua no para de moverse y de cambiar. Cada marea trae y se lleva algo, y el mar que miraba hace cinco minutos tiene poco que ver con el que tengo delante ahora, aunque parezca que nada haya cambiado.
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