Con la hierba de almohada de Lian Hearn
Las puertas de entrada a la casa se cerraban por la noche, y en las cancelas posteriores se montaba guardia; pero había una portezuela a la que no se ponía tranca alguna. Conducía a un estrecho patio situado entre la casa y el muro exterior; al fondo, estaban las letrinas, adonde me llevaban tres o cuatro veces al día.
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