Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll
Alicia abrió la pequeña puerta: daba un corredor diminuto, no mucho más grande que el agujero de una cueva de ratones. Se arrodilló para mirar dentro de él y vio que al fondo se abría el jardín más maravilloso que pudiera imaginarse. ¡Qué ganas tenía de salir de ese lúgubre salón y pasearse alegremente por entre esos canteros de flores brillantes y por esas frescas fuentes! Pero no podía siquiera meter la cabeza por ese corredor tan diminuto. "Y aunque pudiera -pensó Alicia-, de nada me serviría sin los hombros... ¡Cómo me gustaría poder plegarme como un telescopio!" Claro, a Alicia le habían sucedido cosas tan extraordinarias aquel día que había llegado a pensar que nada sería verdaderamente imposible.
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