Pecado de Laura Restrepo
A mi lado siempre estaba, siempre, la presencia de mi padre, que era una enorme ausencia. A partir de los siete años me solté a leer, y de ahí en adelante no he parado nunca. Sabía que mi padre era un gran lector, un profesor de latín que de vez en cuando me mandaba desde Europa libros ilustrados en idiomas que yo no comprendía. Mi padre era esos libros, que yo adoraba. Era esas ilustraciones sin palabras, o acompañadas de palabras en clave, que me hipnotizaban y que imantaban mis días. Esforzándome por adivinar el significado de esas láminas en colores podía pasarme semanas, y hasta meses, inventando y desarmando y volviendo a inventar unos relatos enredados y dramáticos que suponía ligados a cada ilustración, pero en los que siempre éramos protagonistas mi padre y yo. Yo no tenía padre pero lo tejía a punta de historias, me encerraba a fabularlo: me iba descubriendo a mí misma a medida que lo construía a él. El baño era el lugar de mis pesquisas secretas, el laboratorio donde destilaba mis mejores mentiras, las que se volvían más verdaderas que todo lo demás. |