Dos velas para el diablo de Laura Gallego
Entonces él se vuelve hacia mí y me mira fijamente. Es una mirada maquiavélica que me deja muda de horror. La mirada del depredador. (…) Él vuelve a prestarme atención. En efecto, es un demonio joven; esto quiere decir que, aunque no aparente más de veinte años, es fácil que tenga veinte mil. Lo cual, en realidad, no es mucho viniendo de un demonio. Viste pantalones negros y una camisa blanca, medio remangada, medio suelta, que lleva con natural elegancia, pero presenta un cierto aspecto desaliñado: su pelo negro está despeinado, y sus ropas algo arrugadas, como si acabara de levantarse o como si se hubiese vestido con desgana, sin prestar atención a lo que hacía. Puede que esté siguiendo alguna moda, o puede que sea una declaración de intenciones, no lo sé. El caso es que no parece estar dormido en absoluto, porque hay un brillo feroz alerta en su mirada. Sus rasgos son algo aniñados, lo que también es engañoso, pues no hay nada de ingenuo o infantil en su expresión: ahora que solo yo lo estoy mirando, ahora que su presa se ha esfumado, muestra su verdadero rostro, en un gesto grave, serio, y muy, muy peligroso. Con esta luz es difícil decir de qué color son sus ojos, pero no me siento capaz de aguantarle la mirada ni un segundo más. Es la mirada del depredador más temible del planeta, el que no persigue a sus presas por su carne, sino que es un cazador de almas; y eso es algo que los mortales, pese a que llevamos cientos de miles de años conviviendo con ellos, aún estamos muy lejos de comprender del todo. |