Los cuatro vientos de Kristin Hannah
En la distribución de tiendas, chizas y automóviles desvencijados no parecía haber orden ni concierto. Niños flacos como palos y andrajosos correteaban por el campamento seguidos de perros sarnosos que no paraban de ladrar. En la acequia había mujeres encorvadas lavando ropa en un agua marrón. Un montón de basura resultó ser una chiza, en el interior de la cual había tres niños y dos adultos encorvados alrededor de una estufa portátil. Una familia. En una roca había un hombre sentado vestido solo con unos pantalones rotos. Tenía los pies descalzos y con las plantas negras y había puesto a secar la camisa y los calcetines en la hierba delante de él. En alguna parte lloraba un niño de meses. «Okies»(...) Elsa no podía creer que hubiese gente viviendo así en California. En América. Aquellas personas no eran maleantes, ni vagabundos ni pordioseros. En aquellas tiendas y chozas, en aquellos coches desvencijados vivían familias. Niños. Mujeres. Criaturas de pecho. Personas que habían ido allí en busca de una nueva vida, en busca de trabajo. |