El ruiseñor de Kristin Hannah
Vianne respiró hondo. Y allí estaba. La razón por la que no podía tomarse un vaso de arsénico o arrojarse delante de un tren. Cogió el pequeño rizo de lana retorcida y lo ató a una rama de un manzano. El color borgoña resaltaba contra el verde y el marrón. Ahora, cada día en el jardín, cada vez que fuera hasta la cancela o recogiera manzanas pasaría junto a aquel árbol y pensaría en Antoine.
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