Kristi Ann Hunter

En ocasiones estamos demasiado ocupados y rodeados de ruido. Hasta el punto de que no puedes escucharte a ti mismo, te olvidas de quién eres realmente y solo ves cómo encajas en el todo.

Una casa no está hecha solo de ladrillos y madera. Todo y todos los que están a su alrededor forman parte de ella.

No obstante, era perturbador saber que ella como una mujer que había restado la vida, la integridad, la identidad y, en ocasiones, hasta la salud mental en aras de su país de adopción, se olvidaría de su país de nacimiento para salvar al hombre que tenía al lado.

—Cuando todo esto acabe y ya no tengas que mirar continuamente detrás de ti, ¿qué harás?
Jess se quedó helada y Derek se desengañó: pensar en una vida normal y libre de preocupaciones no la iba a poner de mejor humor, sino que le hizo experimentar una especie de conmoción. ¿Acaso no había soñado con ello? ¿No era ese el objetivo de todo lo que estaba haciendo?
—No lo sé

Jess había vivido y viajado lo suficiente y se había implicado en bastantes situaciones peligrosas como para saber que la paz era algo efímero. No duraba mucho porque había muchas personas que no se conformaban con lo que tenían. Para ellas las aguas tranquilas solo significaban que tenían vía libre para avanzar y reclamar lo que había sido demasiado difícil de conseguir en mitad del conflicto.

(…) Tal vez ella no fuera la elegida para pasar el resto de sus vidas juntos, pero no se le ocurría que pudiera haber ninguna otra mujer que le apeteciera conocer.

Sentirse atraído por la bondad y la alegría eran señales de que estaba cambiando para mejor, ¿no? A nadie hacía daño que el envoltorio de la bondad y de la alegría fuera el cuerpo de un hada del bosque.

—No. Por favor, no. —Aspiró tembloroso—. Por favor, no te arrepientas de lo que hay entre nosotros. Yo... no volveré a besarte hasta que veamos adónde nos conduce esto, pero por favor, por favor, no te arrepientas de lo que nos hacemos sentir.

Hay momentos en la vida en que un hombre sabe que está al borde de un precipicio y que los próximos pasos que dé cambiarán el curso de su existencia para siempre.
Ese era uno de esos momentos.

—Es normal, ¿verdad? Porque, ahí fuera, todos teníamos, o tenemos, una madre y un padre, pero la vida no les fue como esperaban. O al menos no nos incluían en ella. Por eso permanecíamos ocultos. Porque se supone que la vida no resultó como debía y nosotros teníamos que crecer e intentar construir la nuestra.

Durante toda su vida, había sido el heredero, el hombre que se convertiría en marqués, el que ayudaría a gobernar el país y proporcionaría el sustento a cientos de personas, pero nunca se detuvo a pensar mucho en «quién era», porque siempre había asumido esa función como seña de identidad.