Silber. El segundo libro de los sueños de Kerstin Gier
La única respuesta correcta y universal a esa frase era «yo también te quiero», pero por algún motivo no podía pronunciarla. Y no porque yo no lo quisiera, todo lo contrario, sino porque, con diferencia, un «yo también te quiero» no tenía el mismo peso que un «te quiero» salido de la nada.
|