Rubí de Kerstin Gier
—Oye, Gwendolyn, lo siento. —De repente se acercó a mí, me cogió de los hombros y me atrajo hacia él—. Soy un idiota, he olvidado lo que esto debe de representar para ti —me murmuró al oído—. Y eso que todavía puedo recordar lo extraño que me sentí cuando salté por primera vez, a pesar de las muchas horas de esgrima, por no hablar de las clases de violín… Me pasó la mano por los cabellos, y yo me puse a sollozar aún más fuerte. —No llores más —dijo él sin saber qué hacer—. Todo irá bien. |