La presa de Kenzaburo Oe
Nos sentamos en cuclillas a su lado y nos miró, con la cara relajada, descubriendo sus fuertes dientes que ahora amarilleaban a causa de la suciedad; entonces tuvimos la revelación brutal de que un soldado negro también podía sonreír, y tomamos conciencia de que entre él y nosotros, de golpe, acababan de establecerse unos vínculos sólidos, profundos y casi «humanos».
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