Todas las mujeres son peligrosas de Julián Ibáñez García
Yo no estaba autorizado a entrar en las habitaciones de las partidas, nadie lo estaba, solo las chicas y uno de los camareros cuando se requería su servicio, pero si estaba autorizado a abrir un poco la puerta y echar un vistazo para comprobar que todo iba bien. Veía a los tíos en mangas de camisa envueltos en humo, con un vaso en la mano y con los dedos de la otra mano martillando las cartas, o debajo de la mesa deshaciendo un peinado.
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