Rewind de Juan Tallón
Es como si no supiésemos vivir, o nos las apañásemos especialmente bien para hacerlo sobre nuestros peores errores, que ni siquiera conocemos. Siempre hay un segundo, cuando el mundo te espanta, porque alguien a quien amas fallece, o enferma, o simplemente caes enfermo tú, en el que adquieres conciencia de la fragilidad de la vida, incluso de su extrema transitoriedad, y vislumbras que las cosas trascendentales son otras diferentes a las que regularmente persigues. Y sientes una diáfana vocación por cambiar, y vivir más intensamente cada una de las pequeñas partes que forman una hora, un día, una semana, y sentirte compensada por no tener fiebre, o neumonía, o algo mucho peor, aunque no se cumpla una ilusión, o no consigas comprar las cosas que quieres, o viajar a los lugares fascinantes donde aún no has estado. A la vuelta de los días, sin embargo, te restableces, y la diabólica velocidad del mundo vuelve a embelesarte. Te olvidas de todo, en especial de la idea de disfrutar de otra manera de la vida. La propia realidad te desposee de la aflicción, supongo, y del duelo y de tus remordimientos por vivir como vivías, y cuando lo adviertes estás girando nuevamente, como si el desconsuelo por la muerte de tus amigos hubiese pasado en balde. Y eso es sencillamente terrible, terrible, terrible.
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