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Fin de poema de Juan Tallón
Cesare mira sin metafísica desde la ventana cómo se derrite la ciudad. Se derrite lentamente, como el sol de la infancia. Pasados unos segundos, que gasta en la prolongación de sus silencios, recorre descalzo el pasillo hasta la cocina, donde María enjuaga la ropa en el lavadero. Lleva un vestido de flores y el pelo suelto. Canta algo que él no identifica. «Buenos días, Cesare. ¿Café?», pregunta su hermana. Cesare mantiene el silencio, pensativo, como si el café condujese a la filosofía. Cuando despierta del ensimismamiento pide, por favor, una taza de café pero con «dos gotas de leche templada». A estas horas ya nota el aliento pegajoso de agosto. Nada más aparecer el sol deja caer el calor a calderos. |