Entrevista a Juan Manuel Santiago para Babelio
¿Cuál fue tu primer contacto con la ciencia ficción española?
Lágrimas de luz, de Rafael Marín, en la colección de quioscos que editó Orbis a mediados de los años ochenta. Poco después empecé a adquirir ejemplares de la revista Nueva Dimensión en los saldos, y seguramente la antología Lo mejor de la ciencia ficción española, seleccionada por Domingo Santos (y que también apareció en Orbis) y algunas obras de Gabriel Bermúdez Castillo, como La piel del infinito y El Señor de la Rueda. En resumen, ciencia ficción de la era Nueva Dimensión, publicada en los años setenta y primeros ochenta.
Escribes prólogos, ensayos, entrevistas y reseñas de ciencia ficción. ¿Qué nos puedes decir de tu experiencia como lector y crítico de este género?
La ciencia ficción tiene algo indefinible que engancha. Desde hace años, y a falta de un nombre mejor, se conviene en llamarlo «sentido de la maravilla». Cuando comienzas a leer ciencia ficción durante la adolescencia, ese sentido de la maravilla lo impregna todo: puedes viajar a estrellas remotas o a futuros indeseados, y todo ello te fascina, porque te encuentras con otros mundos, otras mentalidades, otras realidades. Por supuesto que se puede comenzar a leer ciencia ficción de adulto, y disfrutarla por igual, pero creo que esa catarsis deja un poso y convierte al género en algo entrañable y especial. En el fondo, cuando acudes a un libro de género esperas encontrarte ese algo que te sorprenda y maraville, incluso aunque tengas entre manos una distopía realista en absoluto escapista, por ejemplo de Thomas M. Disch.
Como crítico he evolucionado en estos treinta años. Pertenezco a una generación de reseñadores y críticos que carecíamos de formación académica específica. Hoy en día, la ciencia ficción se ha introducido en el mundo académico y cuenta con muy buenos estudiosos que son al mismo tiempo frikis y profesores universitarios. Me tomo la crítica con más seriedad ahora que hace unos años, trato de poner al mismo tiempo la obra en contexto y ahondar en aspectos literarios. En ello ha influido la edad, por supuesto, pero también el haber colaborado con proyectos rigurosos que en su momento innovaron la crítica de ciencia ficción española, como Gigamesh (en mi etapa de colaborador, pero también en la de director) o Hélice (que comenzó como publicación friki y ahora es una publicación académica). También le debo mucho a mi experiencia como jurado en premios literarios y como corrector de estilo de novela juvenil, pues me permite comprender hasta qué punto las publicaciones y editoriales especializadas suponen apenas una mínima parte de toda la ciencia ficción que se publica. Lo cierto es que cada vez me atrae más todo lo que se aleje de lo que hasta ahora entendíamos por ciencia ficción, y eso implica ampliar la perspectiva, tanto de género (incluyo un texto en el que trato de ahondar en la CF femenina de la época, que fue minoritaria) como geográfica (siempre me ha interesado la CF de la Europa del Este, y en los últimos tiempos me parece muy relevante lo que se hace en China), histórica (leo bastantes obras de protociencia ficción española, anterior a la Guerra Civil) o editorial (el fenómeno de las distopías juveniles que proliferaron tras Los Juegos del Hambre produjo obras muy notables).
¿Por qué escribir, hoy, una antología sobre la ciencia ficción española?
En mi caso, por recopilar ensayos que había publicado aquí y allá durante los últimos veinte años. Ha sido una manera de poner un poco de orden en todos esos artículos, prólogos y reseñas, para reivindicar su vigencia. En general, cualquier antología trata sobre eso: la vigencia de lo que se está publicando. La ciencia ficción española no recibe la atención crítica que merece, ya que ha aportado obras valiosísimas a lo que debería ser el canon de la literatura española, de modo que todo esfuerzo por reivindicarla es poco. Tanto Julián Díez como Fernando Ángel Moreno llevan un par de décadas editando antologías históricas de relatos de ciencia ficción española, con criterios cada vez más ambiciosos; la última, la aparecida en Cátedra en 2014, podría considerarse la antología definitiva sobre la materia. Sin embargo, ya han pasado unos años, se están re-descubriendo clásicos antiguos y el tiempo hace ganar o perder vigencia. Las antologías reflejan no solo la historia de la materia acerca de la que tratan, sino también la evolución de la historiografía y de la crítica. Por eso resulta interesante compararlas, ver en qué criterios se incide, qué nuevos autores se incorporan, cuáles caen. Con las antologías de ensayos, que es el caso de este libro, sucede algo similar. Hace unos años tal vez habría elegido otros contenidos, pero en este momento he optado por estos en concreto porque creo que reflejan mi visión actual de la ciencia ficción española. Nadie me dice que, si se reedita dentro de equis tiempo, no vaya a añadir otros ensayos que no llegué a incluir en esta edición y elimine otros.
¿Nos puedes contar un poco sobre el proceso de recopilación de los textos en Moriremos por fuego amigo?
En la base de datos de la biblioteca, Tercera Fundación aparecen unos trescientos contenidos míos. Era una base muy amplia que me permitía gozar de cierto margen de actuación para entregar un libro de ensayo del que tanto Carmen Moreno (la editora de Cazador de Ratas) como yo pudiéramos sentirnos orgullosos. Pero claro, había que cribar, por motivos de espacio. La primera criba que efectué fue temática. Desde el principio tuve claro que quería editar una recopilación de ensayos sobre ciencia ficción española de los años noventa y dos mil, ya que es la época que tengo mejor documentada y, además, la viví de primera mano, como autor, reseñista, ensayista y mero aficionado. Estructuré un guión de trabajo para que la editorial se hiciera una composición de lugar; no es exactamente el contenido final del libro, pero se le parece bastante. Había ciertos contenidos que no podía incluir. Aun así, eso me dejaba cerca de cuarenta ensayos, así que fui cribando hasta quedarme con veinticinco y unas cien mil palabras. Una vez tuve claros los contenidos y el visto bueno de la editorial, vinieron dos fases adicionales: la primera, escribir algunos ensayos inéditos que pudieran aportar algo de valor añadido, y la segunda, organizar todo el material con arreglo a un orden más o menos lógico que pudiera facilitar la lectura. Trabajé en paralelo a la escritura de un prólogo para otro libro que aparecerá en breve, un recopilatorio de relatos ganadores del premio Ignotus, el más importante que se concede en el ámbito de la literatura fantástica española. A medida que escribía ese prólogo tomaba notas sobre posibles ensayos adicionales para Moriremos por fuego amigo. al final me salieron cinco, a las que añadí dos entrevistas inéditas que guardaba en el disco duro del ordenador; me pareció interesante incluirlas. Y, una vez estuvieron los contenidos, me dediqué a organizar la antología, aunque me ceñí en buena medida al guión de trabajo que le había remitido a Carmen. Desde el principio tuve claro que debía empezar con las reseñas académicas, que son algo más áridas, seguir con el apartado en el que analizo la ficción breve de esos años y concluir, a modo de traca final, con el texto sobre las guerras entre aficionados tan características de los años noventa.
En esta antología encontramos constantemente guiños literarios, sobre todo del fandom español noventero. ¿Lo consideras un movimiento literario?
No creo que sea un movimiento literario como tal, ya que, aunque tiene algunos de los elementos propios de estos, carece de otros. En todo momento, cada autor optó por sus propias temáticas, no se centralizó todo en torno a un subgénero concreto, en todo momento coexistieron subgéneros aparentemente irreconciliables como el ciberpunk o el hard, y los autores se adentraban indistintamente en uno o en otro. Tampoco hubo una unidad de estilo, ni se planteó redactar un manifiesto que marcase unas pautas concretas.
Más que un movimiento, pudo tratarse de una generación literaria, aunque tampoco estoy seguro de ello, pues, en el momento del boom de 1991, la diferencia de edad entre los autores era muy pronunciada.
Creo, más bien, que el boom del fandom en los años noventa se debió a una concurrencia de círculos literarios, generalmente organizados en torno a tertulias locales y suscripciones a revistas y fanzines concretos. En un momento dado, que sitúo entre la WorldCon de la Haya de 1990 y la HispaCon de Barcelona de 1991, todos esos círculos se pusieron en contacto y fueron un paso más allá, al añadir el asociacionismo (nacieron asociaciones como la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción y la Sociedad Tolkien Española) y la celebración de convenciones anuales (las HispaCones y las EstelCones). Desde el momento en que todos estos círculos entraron en contacto permanente, las fronteras se diluyeron, pues casi todo el mundo trataba de publicar en todos los fanzines y revistas, y todo se hizo más uniforme, sin llegar a ser un movimiento ni una generación propiamente dichos, pero evidentemente con muchos puntos en común.
El título hace referencia a la guerra perpetua que caracterizó el fandom español de los años noventa. ¿Por qué?
El boom de la ciencia ficción española en los años noventa fue una época de una creatividad muy elevada, que produjo algunas de las mejores obras del género y que ha dejado como legado muchas iniciativas aún existentes (la AEFCFT, las HispaCones y los premios Ignotus) y a muchos autores todavía activos (César Mallorquí, León Arsenal o Javier Negrete). Pero también fue una época muy chusca, de guerras de bandas que impregnaban todo el ambiente. Era relativamente difícil permanecer al margen de los bandos que se enfrentaron durante esta época. Con el tiempo, y en especial tras el nacimiento de las redes sociales, Twitter en particular, ha quedado demostrado que el nivel y el tono fueron en realidad muy inocentes si los comparamos con los linchamientos que se producen ahora, pero ya se apuntaban maneras. Hace un par de años corregí un ensayo que me marcó: Muerte a los normies, de Angela Nagle, que a grandes rasgos hablaba del papel que habían desempeñado los foros para llevar a Donald Trump a la Casa Blanca, pero también de los linchamientos en redes que se producen en el bando contrario por diferencias de matices. Nagle venía a afirmar que la ultraderecha se había apropiado de las redes y estaba venciendo todas las guerras culturales en curso básicamente porque los elementos progresistas que podrían haber contrarrestado este fenómeno no hacían otra cosa que neutralizarse entre ellos tanto en redes como en el mundo real. Extrapolé acerca del fenómeno y vi que no era nuevo, que el fuego amigo era la principal causa de abandono del fandom en los años noventa, porque se suponía que estábamos ahí para publicar, leer y divertirnos, y durante buena parte de la década invertimos demasiados tiempo y esfuerzos en ponernos palitos en la rueda, y eso quemó a muchos buenos aficionados y profesionales. Por suerte, en algunos casos no afectó a la creatividad, y gracias a eso tenemos un corpus de obras realmente impresionante, a la par que un repertorio de polémicas realmente extenso. Se escribió mucho y muy bien, pero también se abusó de la mala leche. Una vez recapitulas sobre lo que fueron aquellos años, lo primero se impone a lo segundo, pero las guerras existieron, fueron desagradables y, casi treinta años después, me sigue quedando la amarga sensación de que nos las podríamos haber ahorrado.
¿Cómo ves en la actualidad la ciencia ficción española y el fandom español?
Por desgracia, no estoy demasiado al día, pero la sensación que tengo con respecto a la ciencia ficción, la fantasía y el terror españoles es razonablemente positiva. Algunos autores como Emilio Bueso, Cristina Jurado, Guillem López o Aránzazu Serrano están produciendo obras magníficas, hay buenas editoriales, buenas revistas (aunque se va a echar de menos, y mucho, a SuperSonic) y las pocas grandes que siguen apostando por el género cumplen en general con dignidad. En cuanto al fandom, me temo que está repitiendo viejos errores, pero magnificados por esa caja de resonancia que son las redes sociales. He llegado a un punto en el que no me molesto en opinar, porque no termino de entender quién está enfrentado y por qué, de modo que en un par de ocasiones he pisado campo minado sin querer, y mi instinto arácnido me dice que lo mejor en estos casos es no intervenir en polémicas. En cierto modo, uno de los motivos por los que titulé el libro Moriremos por fuego amigo era llamar la atención sobre este carácter bélico por naturaleza del fandom y tratar de alertar sobre las batallitas de esa época para que los fans de ahora evitasen confrontaciones estériles.
¿Qué autores españoles de ciencia ficción consideras fundamentales dentro del género?
Hay muchos. Si me obligaran a enumerar cinco, sin dar mayores explicaciones, diría que Pascual Enguídanos, Domingo Santos, Gabriel Bermúdez Castillo, Tomás Salvador y Elia Barceló. Pero prefiero desarrollar un poco la respuesta, y citar a algunos autores más. Por importancia histórica, el referente indiscutible es Domingo Santos, más por lo que hizo como editor que por su obra como autor, pero en todo caso es la figura más relevante que el fandom ha aportado al género. de la protohistoria del género hay autores más interesantes que brillantes, aunque de un tiempo a esta parte la figura de Emilia Pardo Bazán está ganando muchos enteros. En cuanto a los bolsilibros, sin duda Pascual Enguídanos, el creador de la Saga de los Aznar, y Ángel Torres Quesada, que fue quien mejor supo transitar de los bolsilibros a la narrativa «seria» (las comillas son obligadas). La nave, de Tomás Salvador, bien podría ser la novela más relevante del género. De los años dorados de Nueva Dimensión, reconozco que siento una debilidad especial por Gabriel Bermúdez Castillo y sus novelas Viaje a un planeta Wu-Wei y El Señor de la Rueda. Carlos Saiz Cidoncha es el gran infravalorado del género. De los autores surgidos en los años ochenta, tanto Elia Barceló como Juan Miguel Aguilera (al principio, en colaboración con Javier Redal) y Rafael Marín conservan toda su vigencia; yo añadiría a Juan Carlos Planells, otro autor a quien habría que redescubrir, tanto en su faceta creativa como en la ensayística. Del boom de los años noventa, César Mallorquí, Félix J. Palma, Javier Negrete, Rodolfo Martínez, León Arsenal, Eduardo Vaquerizo... En cuanto a los años dos mil, sin duda Santiago Eximeno. Más recientes, creo que Guillem López, Francisco Jota Pérez y Cristina Jurado serán recordados durante muchos años, aunque Aránzazu Serrano, Emilio Bueso, Ismael Martínez Biurrun, Nieves Delgado o Juan Jacinto Muñoz Rengel no se quedan atrás. No sé si hay perspectiva suficiente para saber quiénes marcarán la ciencia ficción de los próximos años, pero entre la gente que más o menos comienza ahora me interesa mucho lo que están haciendo Layla Martínez o Alicia Pérez Gil. De los escritores «de fuera», los que escriben ciencia ficción fuera de las colecciones especializadas, tenemos a José María Merino, a Rosa Montero y desde luego a Eduardo Mendoza, que nos regaló Sin noticias de Gurb.
¿Cuál es la característica fundamental para que un relato sea considerado de ciencia ficción?
Depende de qué entendamos por ciencia ficción. Me gusta mucho la definición de Fernando Ángel Moreno y Julián Díez: ficción proyectiva basada en elementos no sobrenaturales. Es sencilla y creo que introduce muy bien las dos características básicas de la ciencia ficción. La primera, que esté extrapolando comportamientos del mundo presente en un marco diferente, que no tiene por qué ser futuro, incluso no tiene por qué alejarse de nuestros aquí y ahora. Y la segunda, que no se recurra a lo sobrenatural. Hay mucho terror o fantasía disfrazados de ciencia ficción, porque se cree que la estética o el envoltorio lo son todo, pero se puede hacer muy buena ciencia ficción de veinte minutos en el futuro. César Mallorquí lo supo ver muy bien, y de hecho sus magníficos relatos de los años noventa transcurrían siempre en el presente; de hecho, «El rebaño», que es su mejor historia y tal vez el mejor relato de toda la ciencia ficción española, transcurre en los Pirineos y está protagonizada por un perro y sus ovejas: con eso basta para construir un excelente relato de ciencia ficción, pues lo importante es qué se quiera contar, cómo se haga y que se ciña a la definición del género.
¿Estás trabajando en algún proyecto literario ahora? Cuéntanos un poco.
De los proyectos de los que puedo hablar en público, diré que de aquí a unos pocos meses aparecerá otra recopilación de ensayos míos sobre ciencia ficción española; en concreto, toda la que publiqué en la página web Bibliópolis y en las publicaciones editadas por este sello. En breve comenzaré a revisar los textos para unificar estilo, detectar inexactitudes y contradicciones y decidir qué ensayos inéditos escribo para darle valor añadido al libro.
El año que viene publicaré con Cazador de Ratas la ampliación a libro de uno de los ensayos inéditos que quería escribir para Moriremos por fuego amigo, dedicado a analizar las letras de canciones españolas con temática de ciencia ficción, desde los muy evidentes Aviador Dro, Radio Futura o Fangoria hasta discos conceptuales no muy recordados hoy en día.
También con Cazador de Ratas, Mariano Villarreal y yo vamos a seleccionar una antología de relatos fantásticos con temática española urbana. Se va a titular BarrioPunk, y es un jalón más de las antologías de lo que se ha dado en llamar EspañaPunk, y que no es sino escribir género con referentes españoles. Hasta ahora han aparecido Retrofuturo, que era un homenaje a los años setenta, y EspañaPunk, cuya premisa era publicar relatos de terror basados en canciones de Rocío Jurado y Raphael. BarrioPunk explotará en concepto de barrio como territorio de socialización, pero en clave fantástica. Confiamos en que sea una antología tan potente como las dos anteriores. Sin salirnos del universo EspañaPunk, también tengo pendiente el prólogo de otra antología basada en canciones de Camilo Sesto.
Por último, tengo pendiente una novela corta que iba a aparecer en Crónica de tinieblas, una antología basada en las ucronías de Eduardo Vaquerizo y editada por la Sportula de Rodolfo Martínez. Sigo en ello, y me he puesto este año 2020 como plazo perentorio para escribirla, ya que necesito acabarla para retomar la escritura de la gran novela del fandom, un proyecto con el que llevo muchos años y que siempre dejo abandonado.
Juan Manuel y sus lecturas
¿Cuál fue tu primer gran descubrimiento literario en ciencia ficción?
Hubo varios, porque comencé a leer ciencia ficción muy a saco. Un compañero de colegio me comenzó a hablar de la serie del Mundo del Río, de Philip José Farmer, y, en paralelo, un primo me pasó unos cuantos libros para sobrellevar un veraneo en la playa. En apenas un par de semanas me leí como una docena de clásicos, y ahí me enganché sin remedio. Los títulos determinantes fueron Pórtico, de Frederik Pohl, y la serie Fundación, de Isaac Asimov, pero durante aquel verano también descubrí Ciberíada, de Stanislaw Lem, Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco, de Arthur C. Clarke, y varios volúmenes de relatos de Robert Sheckley.
¿Qué novela de ciencia ficción relees con frecuencia?
Por motivos varios, me habré leído cerca de media docena de veces unos cuantos títulos: Solaris, de Stanislaw Lem; 1984, de George Orwell; Mercaderes del espacio, de Frederik Pohl y C. M. Kornbluth y La tierra permanece, de George R. Stewart. Me gusta releer a Philip K. Dick, J. G. Ballard y Ursula K. le Guin: siempre descubro cosas nuevas, es como si los leyera por primera vez. De ciencia ficción española releo más relatos que novelas; aun así, las novelas españolas de género que más veces he releído son Lágrimas de luz, de Rafael Marín; Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza, y El Señor de la Rueda, de Gabriel Bermúdez Castillo.
¿Qué libro, dentro de este género, te da vergüenza no haber leído aún?
No estoy muy al día, de modo que me he perdido a Becky Chambers, James Corey o John Scalzi, lo cual me hace sentir un poco fuera de lugar cuando hablo de ciencia ficción con gente que sí está más al tanto de las últimas novedades. En cuanto a los clásicos de toda la vida, tengo algunas lagunas llamativas, como El planeta errante, de Fritz Leiber, Cronopaisaje, de Gregory Benford, o La ciudad y las estrellas, de Arthur C. Clarke, pero, sin duda, las que más lamento son El cuento de la criada, de Margaret Atwood, y El eterno regreso a casa, de Ursula K. le Guin.
¿Qué clásico de la literatura de ciencia ficción te parece que ha sido sobrevalorado?
Sin llegar a tenerle tirria, y aunque reconozco que algunos de sus títulos no me disgustan, no termino de entender el éxito de la serie de Miles Vorkosigan, de Lois McMaster Bujold. Con la serie de Ender, de Orson Scott Card, tengo sentimientos enfrentados: El juego de Ender me parece una buena novela y La voz de los muertos es una de las novelas de ciencia ficción que mejor han abordado la temática de la culpa y la expiación, pero a partir de Ender el xenocida la serie va a peor y en un momento dado ya dejé de intentarlo, directamente. Creo que es el autor más sobrevalorado de entre los supuestos clásicos, y que conste que tiene obras más que defendibles en su primera época, como Traición o Maestro cantor.
¿Tienes una cita literaria de culto? ¿Cuál es?
Me encantan las últimas frases de Solaris, de Stanislaw Lem («Me resistía a creer que el tiempo de los milagros crueles había terminado») y Ubik, de Philip K. Dick («Aquello era solo el principio»). Si nos salimos del género, cualquier aforismo de Ambrose Bierce (El diccionario del diablo bien podría ser mi libro de cabecera). Hubo un tiempo, cuando comenzaba a leer género, en el que me sabía de memoria lo que dice Lazarus Long en Tiempo para amar, de Robert A. Heinlein.
¿Qué estás leyendo de este género actualmente?
No estoy muy al día, de modo que casi se puede decir que leo los libros que corrijo, los que reseño, los que presento y poco más. Uno de mis clientes es Orciny Press, que edita mucho bizarro. Esta corriente me parece un auténtico soplo de aire fresco para el género fantástico, y autores como Laura Lee Bahr o Carlton Mellick III son directamente lo mejor que le ha pasado al género de veinte años para acá. Sigo con mucha atención a N. K. Jemisin, Cixin Liu y Chen Qiufan. Lo último que he leído de ciencia ficción española es El cielo bajo el suelo, de Fernando Ángel Moreno y Gabriel Díaz. Muy recomendable.
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Moriremos por fuego amigo de Juan Manuel Santiago publicado por
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