José Hierro
Lope. la noche. marta He abierto la ventana. Entra sin hacer ruido (afuera deja sus constelaciones). «Buenas noches, Noche». Pasa las páginas de sombra en las que todo está ya escrito. Viene a pedirme cuentas. «Salí al rayar el alba -digo-. Lamía el sol las paredes leprosas. Olía a vino, a miel, a jara» (Deslumbrada por tanta claridad ha entornado los ojos). La llevan mis palabras por calles, ascuas, no lo sé: oye la plata de las campanadas. Ante la puerta de la iglesia me callo, me detengo -entraría conmigo si yo no me callase, si no me detuviera-; yo sé bien lo que quiere la Noche; lo de todas las noches; si no, por qué habría venido. Ya mi memoria no es lo que era. En la misa del alba no dije Agnus Dei qui tollis peccata mundi, sino que dije Marta Dei (ella es también cordero de Dios que quita mis pecados del mundo). La Noche no podría comprenderlo, y qué decirle, y cómo, para que lo entendiese. No me pregunta nada la Noche, no me pregunta nada. Ella lo sabe todo antes que yo lo diga, antes que yo lo sepa. Ella ha oído esos versos que se escupen de boca en boca, versos de un malaleche del Andalucía -al que otro malaleche de solar montañés llamara «capellán del rey de bastos»- en los que se hace mofa de mí y de Marta, amor mío, resumen de todos mis amores: Dicho me han por una carta que es tu cómica persona sobre los manteles, mona y entre las sábanas, Marta. qué sabrá ese tahúr, ese amargado lo que es amor. La Noche trae entre los pliegues de su toga un polvillo de música, como el del ala de la mariposa. Una música hilada en la vihuela del maestro del danzar, nuestro vecino. En la cocina la estará escuchando Marta; danzará, mientras barre el suelo que no ve, manchado de ceniza, de aroma, de trigo candeal, de jazmines, de estrellas, de papeles rompidos. Danza y barre Marta. Pido a la Noche que se vaya. Hasta mañana, Noche. Déjame que descanse. Cuando amanezca regaré el jardín, saldré después a decir misa -Deus meus, Deus meus, quare tristis est anima mea- luego volveré a casa, terminaré una epístola en tercetos, escribiré unas hojas de la comedia que encargaron unos representantes. Que las cosas no marchan bien en el teatro, y uno no puede dormirse en los laureles. Hasta mañana, Noche. Tengo que dar la cena a Marta, asearla, peinarla (ella no vive ya en el mundo nuestro), cuidar que no alborote mis papeles, que no apuñale las paredes con mis plumas -mis bien cortadas plumas-, tengo que confesarla. «Padre, vivo en pecado» (no sabe que el pecado es de los dos), y dirá luego: «Lope, quiero morirme» (y qué sucedería si yo muriese antes que ella). Ego te absolvo. Y luego, sosegada, le contaré, para dormirla, aventuras de olas, de galeones, de arcabuces, de rumbos marinos, de lugares vividos y soñados: de lo que fue y que no fue y que pudo ser mi vida. Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar. + Leer más |