Libertad de
Jonathan Franzen
Katz había acumulado numerosas lecturas de libros de divulgación sobre sociobiología, y en sus reflexiones sobre la personalidad depresiva y la persistencia en apariencia pertinaz de ésta en el banco genético humano había llegado a la conclusión de que la depresión constituía una adaptación exitosa al dolor y las penalidades incesantes. El pesimismo, los sentimientos de inutilidad y carencia de derechos, la incapacidad para obtener satisfacción del placer, la atormentadora conciencia de que el mundo en general era una mierda: para los judíos antepasados paternos de Katz, que habían sido expulsados de un shtetl a otro por implacables antisemitas, al igual que para los antiguos anglos y sajones de la línea materna, que habían bregado por cultivar centeno y cebada en las tierras improductivas y los veranos cortos de la Europa septentrional, sentirse mal permanentemente y esperar lo peor se había convertido en la manera natural de mantener el equilibrio entre ellos y sus miserables circunstancias. A fin de cuentas, pocas cosas resultan más gratificantes para los depresivos que las noticias realmente malas. Obviamente, ésta no era una manera óptima de vivir, pero poseía sus ventajas desde el punto de vista evolutivo. En situaciones adversas, los depresivos transmitían sus genes, aunque fuera a la desesperada, en tanto que quienes tendían al automejoramiento se convertían al cristianismo o se trasladaban a lugares más soleados.
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