Cuentos de John Cheever
Chester no miró a su esposa, pero su mera presencia era para él reconfortante y maravillosa, porque estaba persuadido de que era una mujer extraordinaria. Pensaba que en su forma de cocinar había algo genial, que la genialidad marcaba sus faenas domésticas, que poseía la memoria de un genio y que su aptitud para aceptar el mundo tal cual era llevaba el sello de la genialidad. (El superintendente) |