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Heidi de Johanna Spyri
—¿Eres tú la pequeña que vive allí arriba con el Viejo de los Alpes? ¿Eres Heidi?
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Heidi de Johanna Spyri
—¿Eres tú la pequeña que vive allí arriba con el Viejo de los Alpes? ¿Eres Heidi?
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Heidi de Johanna Spyri
—Sesemann, ante todo has de saber que tu pequeña protegida es sonámbula. No tiene en absoluto conciencia de que es ella el fantasma que ha abierto noche tras noche la puerta de entrada y sembrado el pánico en toda la casa. En segundo lugar, a esa niña le devora la nostalgia, lo que la enflaquece tanto, que parece un esqueleto y terminará siéndolo de verdad. Se impone ayuda urgente. Para curar el sonambulismo y su estado nervioso en general, no hay más que un remedio: llevarla lo más rápidamente posible a sus montañas, y para curar la nostalgia, el remedio es exactamente lo mismo, es decir: mañana ha de volver a su casa. ¡He aquí mi receta!
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Heidi de Johanna Spyri
Cuando uno se empeña en no ver sino las cosas por el lado triste, parece que todo haya de ser siempre así.
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Heidi: Edición completa - El libro incluye las dos partes de Johanna Spyri
Desde la risueña y antigua ciudad de Maienfeld parte un sendero que, entre verdes campos y tupidos bosques, llega hasta el pie de los Alpes majestuosos, que dominan aquella parte del valle. Desde allí, el sendero empieza a subir hasta la cima de las montañas a través de prados de pastos y olorosas hierbas que abundan en tan elevadas tierras.
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Heidi de Johanna Spyri
Hacía muchos años que no se había visto en los Alpes un verano tan hermoso. Un espléndido sol brillaba diariamente en el cielo sin nubes; las florecillas silvestres abrían sus cálices a la luz del astro rey, el cual, todas las tardes, después de haber bañado las cimas y los campos nevados con el incendio purpúreo y rosado de su luz, se sumía en el horizonte en un mar de oro y de sangre.
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Heidi de Johanna Spyri
Heidi se sentía poseída de la alegría de cuanto la rodeaba, respiraba profundamente el aliento primaveral que se elevaba de la tierra vivificada y le parecía que jamás los Alpes habían sido tan bellos.
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Heidi de Johanna Spyri
—¡Qué bien se está allá arriba! Allí es donde se desvanecen los males del cuerpo y los del alma, y donde se vuelve a amar la vida.
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Heidi de Johanna Spyri
—Vecino, usted fue a la verdadera iglesia, la de Dios, antes de bajar a la mía y me alegro mucho. No se arrepentirá usted de haber venido a vivir entre nosotros. En mi casa será usted siempre bien recibido, como amigo y como vecino, y nos lo pasaremos bien durante las veladas de invierno, pues me gusta su compañía; en cuanto a Heidi, ya le encontraremos buenos amigos.
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Heidi de Johanna Spyri
—Cuando las cosas están hechas, hechas están. Nadie se puede volver atrás. Aquél a quien Dios olvida, olvidado queda.
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Heidi de Johanna Spyri
Un débil rayo de luna entraba por la puerta abierta y a su resplandor se recortaba una silueta blanca e inmóvil.
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Heidi de Johanna Spyri
En casa del señor Sesemann, de Frankfurt, vivía su hija Clara, que estaba enferma y pasaba sus días en un cómodo sillón de ruedas.
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Heidi de Johanna Spyri
El Viejo de los Alpes estaba sentado en un banco de madera fijado en la pared de la casa que daba sobre el valle. Fumaba en pipa, las dos manos apoyadas en las rodillas, y observaba tranquilamente al terceto que se aproximaba en compañía de las cabras.
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Heidi de Johanna Spyri
A pesar de tener sólo cinco años, es lista; tiene ojos para ver y se entera de lo que pasa, de eso me he dado cuenta. Y mejor que sea así, porque el viejo no posee nada más que su cabaña y sus dos cabras.
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Heidi de Johanna Spyri
La pequeña contaría unos cinco años; era difícil hacerse una idea de su figura ya que llevaba dos o tres vestidos, uno encima del otro y, tapándolo todo, un gran pañuelo de algodón rojo que la hacía parecer algo informe. Con sus gruesos zapatos provistos de clavos en las suelas, la acalorada niña avanzaba con dificultad.
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Heidi de Johanna Spyri
Desde la alegre y antigua ciudad de Mayenfeld parte un sendero que, después de atravesar verdes campos y densos bosques, llega hasta el pie de las majestuosas montañas, de imponente y severo aspecto, que dominan el valle. Después, el sendero empieza a subir hasta la cima de los Alpes, cruzando prados de pasto y hierbas olorosas.
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Gregorio Samsa es un ...