El querido hermano de Joaquín Pérez Azaústre
Recordar a Antonio en París hace cuarenta años. Imaginarlo hoy, probablemente ya enterrado, en una caja de madera o tumbado sobre una camilla, con la camisa blanca abotonada hasta el cuello, las mejillas marcadas y las cuencas amplias de los ojos, con su fuego apacible, hundidas hacia dentro. No querer pensar en el sufrimiento de su madre. Y no saber tampoco si está sola, porque no ha tenido noticia de sus otros hermanos; aunque imagina que José, con Matea, no se habrá separado de ellos.
|