Cabeza rapada de Jesús Fernández Santos
Aldeas blancas, solas. Ancianos impasibles, niños desconocidos, mirando sin saludar, sentados a horcajadas en las arribas de la carretera. Las llanuras, los ardientes páramos, ondulaban al paso del convoy, quedando atrás, apenas entrevistas. Iglesias asoladas, fuentes que aún desgranaban solitarias su fluir silencioso y, por encima de todas las cosas, el silencio de los hombres, su gesto hostil, desconfiado; el miedo de la guerra.
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