La compasión divina de Jean Cau
Después de un bronca con mi padre fregaba la vajilla con más cuidado, los cacharros brillaban como nunca, y la cocina quedaba limpia como los ampos del oro. En aquella obsesión de orden había una cosa que aterrorizaba al niño. Hubiera deseado que explotase. Esperaba, como una liberación, que se rompiese algún plato o que escapase algún rincón de la cocina de la actividad de la escoba. Pero no, no quedaba miga, ni mota de polvo, ni colilla sin recoger, ni sin llevar, rápidamente, como un tesoro, al cubo de la basura. En eso consiste la ferocidad, o más bien la crueldad; en esa profunda atención hacia todas las cosas, en esa precisión, en esa suavidad...
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