Emma de Jane Austen
—¡Ahora quiere usted escaparse! Pero, piénselo bien, no debe asustarle delegar en mí esos poderes. No soy una jovencita en edad de merecer. Las mujeres casadas pueden ocuparse de esas cuestiones sin el menor peligro. Es mi fiesta. Déjeme hacerlo. Yo me encargaré de las invitaciones. —No —replicó el señor Knightley con mucha serenidad—; sólo existe una mujer casada a quien permitiría invitar a Donwell Abbey a los huéspedes de su elección, y se trata de… —La señora Weston, imagino —irrumpió la señora Elton, bastante molesta. —No; la señora Knightley. Y hasta que exista una señora Knightley, me seguiré encargando personalmente de esos asuntos. |