Retrato del artista adolescente de James Joyce
Las letras del nombre de Dublín las tenía grabadas en su cerebro, y ahí se entrechocaban furiosamente de un lado a otro con una insistencia ruda y monótona. su alma estaba tumefactándose y cuajándose en una masa sangrienta que se iba hundiendo llena de oscuro terror en un crepúsculo amenazador y sombrío y, mientras tanto, aquel cuerpo suyo, laxo y deshonrado, buscaba con ojos torpes, huérfano, humano y conturbado un dios bovino en quien fijar la mirada.
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