Dublineses de James Joyce
Unos golpecitos en el cristal hicieron volverse hacia la ventana.Había comenzado a nevar de nuevo. Observó adormilado los copos, plateados y oscuros, cayendo oblicuos ante la luz de la farola.Había llegado el momento de emprender su viaje hacia el oeste.Sí, los periódicos tenían razón: la nieve era generalizada en toda Irlanda.mCaía sobre todas las zonas de la oscura planicie central, en las colinas sin árboles, caía lentamente sobre la turbera de Allen, y, más al oeste, caía lentamente sobre las oscuras aguas turbulentas del Shannon. También caía sobre el cementerio solitario de la colina donde Michael Furey yacía enterrado.Su espesor cubría las cruces y las lápidas torcidas, las lanzas de la pequeña verja, los espinos estériles. Su alma se fue extasiando mientras escuchaba la nieve caer ligera a través del universo y caer ligera, como el descenso del último adiós, sobre todos los vivos y los muertos.
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