Hambre, hambre de Jamal Ouariachi
Una de esas vías muertas que la vida enfila a veces y que, tras chocar contra un muro ciego, regresa sobre sus pasos para continuar por la conocida vía principal.
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Calificación promedio: 5 (sobre 4 calificaciones)
/Ya escribía mucho antes de estudiar Psicología, por lo que desarrollé estos dos intereses en paralelo. Creo que tienen su origen en la idéntica fascinación por el comportamiento humano y los enigmas y los prodigios de la conciencia humana. La gran diferencia es, por supuesto, que, como psicólogo, intentaba que las personas se sintieran mejor mientras que, como escritor, no tengo ningún escrúpulo en devastar a mis personajes por completo.
Alrededor de 2002 mi por aquel entonces novia me presentó a Carleton Gadjusek, un físico estadounidense, investigador científico y también ganador del Premio Nobel, que trabajaba en Papúa Nueva Guinea con la madre de mi novia. Se había convertido para ellas en un amigo de la familia y así es como lo veía de vez en cuando, ya que entonces él vivía en Ámsterdam. Me impresionaba su conocimiento exhaustivo y su repertorio de historias, pero también me inquietaba el hecho de que, en la década de los 90, había sido acusado de abuso infantil. Aunque numerosas personas de su entorno creían en su inocencia, él mismo se había erigido en un gran defensor del sexo con niños y yo nunca pensé que fuera porque él hubiera abusado realmente de sus hijos adoptados o porque hubiera sido acusado de algo que no había hecho y nadie, en cualquier caso, hubiese creído en su inocencia, acusación de la que podría haberse defendido también. Existe otra explicación posible: que hubiera perdido la cabeza completamente mientras estuvo en la cárcel debido a esta acusación. Cuando se murió en 2008 las preguntas se habían quedado sin respuesta: ¿Cómo es posible que alguien tan valorado por su obra científica y tan extremadamente inteligente pudiera también hacer cosas tan horripilantes? El principal problema fue que realmente nadie sabía la verdad y una vez que murió, ya no le podía preguntar sobre ella. La ficción parecía una buena manera de indagar en estas cuestiones.
No. No me interesa la literatura panfletaria. No estoy especialmente de acuerdo con las opiniones de algunos de mis personajes. Lo que sí me interesa es el contraste de los diferentes puntos de vista de mis personajes y comprobar cómo funciona psicológicamente.
Aparte de la historia de Carleton Gajdusek, se me ocurrió otra idea para el libro: escribir sobre la ayuda al desarrollo. Me interesaba cómo había cambiado la actitud de las personas ante la ayuda al desarrollo desde mediados de los 80 cuando fuimos testigo de fenómenos como el Live Aid y el USA por África. Yo era un niño en esa época, pero recuerdo el optimismo y el positivismo hacia el Tercer Mundo. Eso ha cambiado paulatinamente. Hoy, las personas son mucho más cínicas respecto de la ayuda al desarrollo. Yo quería describir ese cambio de actitud. Así que la primera cosa que hice fue convertir a Alexander Laszlo en un cooperante y trasladar la escena de Papúa Nueva Guinea en los años 60 a Etiopía en los 80.
Esta afirmación en la novela trata de los pequeños riesgos que alcanzan proporciones gigantescas. Esto difiere de lo que ahora está pasando con la crisis del coronavirus. El covid es real. Más de un millón de muertes por covid en todo el mundo. Que los hospitales están desbordados es real, al contrario de las teorías conspiracionistas, no me creo que el miedo ahora sea infundado.
Me llevó casi cinco años escribir la novela. al principio, leí mucho sobre la historia de Etiopía, con especial hincapié en la historia de la hambruna de 1984 a 1985. Y también leí mucho sobre la ayuda al desarrollo en general. Y entonces, después de dos años de lecturas y de escribir una primera versión bastante floja, me fui yo mismo a Etiopía durante casi un mes y viajé por todas las localizaciones del país que tenía en mente para el libro. Ese viaje me proporcionó el tipo de detalles que uno no encuentra en los libros de historia: sonidos, olores, la atmósfera pujante de Addis Ababa, el dolor de nalgas tras un día entero al volante por carreteras desvencijadas en las montañas, la belleza hipnótica y pura del paisaje de Tigray. La investigación es realmente la parte fácil de la escritura. Etiopía es un país real, pero Alexander y Aurélie no existen. Me los tuve que inventar. La ficción siempre es más difícil que la realidad.
Yo quería preservar el misterio en torno a Alexander Laszlo, así que para mí era importante no contar la historia desde su perspectiva. Por esta razón escogí a Aurélie como la narradora principal de la historia. Incluso las partes de los recuerdos de Laszlo son escritas realmente por Aurélie, de este modo uno podría decir que todo en la novela pasa por su conciencia. En realidad, es la historia de Aurélie.
Es muy difícil. Desde la publicación de Hambre, hambre en Holanda (en 2015) me he convertido en padre de una niña. También yo me he formado según unos condicionantes culturales sobre la sexualidad. Mi cabeza está llena de cosas como la vergüenza y la hipocresía en torno a la sexualidad. Es difícil sustraerse a esos conceptos y encontrar tu propio camino. Por otro lado, no tengo un punto de vista radical sobre la sexualidad como Alexander Laszlo, pero puedo estar de acuerdo en algunas cosas. Y puedo creer que también a los lectores les pasa lo mismo. Cada uno de los lectores estará de acuerdo en algunos aspectos con las ideas de Laszlo, pero probablemente llegará un momento en el libro en que todos dejarán de apoyarlo. Va demasiado lejos.
En este momento estoy terminando una nueva novela que sucede con la política de extrema derecha y la de extrema izquierda como telón de fondo. Y, de nuevo, también es, principalmente, una historia de amor muy triste…
Ya había escrito cuentos de niño, por lo que supongo que los libros infantiles me sirvieron de inspiración, y cuentos tradicionales como Alicia en el País de las Maravillas, Las mil y una noches. Más tarde, cuando ya iba al instituto, me deslumbraron un par de autores holandeses como Willem Frederik Hermans y A.F.Th. van der Heijden. Fue entonces cuando empecé realmente a darme cuenta de que escribir podía ser una profesión. Y conocí al gran amor de mi vida literaria cuando tenía alrededor de 17 años: Vladimir Nabokov que sigue siendo un faro para mí.
Ninguno. No porque sea un arrogante, sino porque ha habido tantos escritores increíblemente buenos en el pasado que si uno se permitiera sentirse intimidado por su calidad acabaría por no volver a escribir una palabra.
Supongo que, como he dicho más arriba, el escritor holandés Willem Frederik Hermans.
Pálido fuego, de Vladimir Nabokov.
No hay necesidad de sentirse avergonzado cuando se trata de libros. Los libros que no he leído son como una promesa de futuro. Creo que es fantástico que todavía haya tanto por descubrir.
Bueno, no es un clásico, pero todo lo que ha escrito Karl Ove Knausgård. Me aburre hasta morir.
El escritor japonés Junichirô Tanizaki una vez escribió un ensayo titulado El elogio de la sombra que es absolutamente bello y que fue una gran fuente de inspiración para mí, el año pasado.
«Si tan solo pensara en las palabras adecuadas/no estaría rompiendo/ todas las fotos que tengo de ti», que en realidad son unos versos de la canción Pictures of you, de The Cure. Para mí, guarda una esencia profunda sobre la relación entre el arte y la vida real.
Siempre estoy leyendo varios libros a la vez, pero justo acabo de terminar una gran novela por una escritora holandesa, Marijke Shermer, Love, if that`s what it is. Y acabo de empezar una novela titulada Un dique contra el Pacífico, de Marguerite Duras.
Hambre, hambre de Jamal Ouariachi
Una de esas vías muertas que la vida enfila a veces y que, tras chocar contra un muro ciego, regresa sobre sus pasos para continuar por la conocida vía principal.
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Hambre, hambre de Jamal Ouariachi
El pasado se le antojó de repente inocuo e insignificante. Había logrado conjurarlo. O eso creía.
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Hambre, hambre de Jamal Ouariachi
Al comienzo de una relación es fácil hablar del pasado. Transcurrido un año , la cosa se complica, y al cabo de ocho se vuelve prácticamente imposible. Llegado ese punto es preferible no sacar a relucir lo que no se dijo en un primer momento.
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Hambre, hambre de Jamal Ouariachi
El estruendo del tráfico es una forma de silencio. De tanto oír, no se oye nada . Deja margen para el pensamiento.
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Gregorio Samsa es un ...