Montañeros, un engaño salvaje de
José de la Rosa
La mano de Rhett se posó en la parte baja de su espalda, para acercarla a su cuerpo. Ella sintió cómo palpitaba, cómo emitía un calor abrasador, lava que podía quemarla en aquel mismo instante.
Cuando Rhett la besó, supo que no había nada que hacer.
Se colgó de su cuello y se entregó a sus labios. El montañero gimió al comprender que era suya. La apretó con fuerza, como si quisiera que se fundieran en uno solo. Boca con boca, piel contra piel. Él le mordía los labios, jugaba con su lengua, apretaba las caderas con las suyas. Claire intentaba seguir aquel ritmo frenético, pero solo podía centrarse en el placer que todo aquello estaba provocándole. Un placer olvidado, quizá no sentido antes, que hacía que su mente se nublara y su piel tomara conciencia plena.