Bandido de Itamar Orlev
Hacia el mediodía empezó el jaleo: disparos, gritos en alemán. Pero aún no veíamos nada de lo que pasaba. Y volvió a hacerse la calma, hasta que de pronto una multitud de judíos desfiló por delante de mi ventana. Había más de mil, ni siquiera sabíamos que hubiera tantos judíos en la zona. Avanzaban rodeados de silencio, ni los pájaros piaban cuando pasaron por la calle mayor. También había niños, montones de niños. Caminaban formando una compacta columna, muy larga, parecía que nunca iba a terminar. Los vigilantes unos treinta hombres entre ucranianos y alemanes, sólo treinta hijos de puta, ¿comprendes? Yo los miraba y pensaba, ¿pueden llegar a ser tan imbéciles esos cochinos alemanes? ¿Qué creen, que los polacos son idiotas, que se someterán? Aunque sean judíos, no bien lleguen al bosque, los mil se abalanzarán encima de los treinta y terminarán con ellos en un santiamén, ¡seguro! Incluso si en la lucha mueren cincuenta judíos, serán cincuenta, no mil. Más tarde supe que aquellos hijos de puta los habían aniquilado a todos. ¡Exterminaron a los mil judíos! Yo me moría de vergüenza, no eran judíos extranjeros, eran judíos polacos, campesinos, compatriotas. ¿Cómo no hicieron nada por salvarse?
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