La mala sangre de
Íñigo Ramírez de Haro
Íñigo a los catorce años había dejado de creer en la religión católica que le habían inculcado desde la cuna, y eso que la había vivido con una profunda intensidad; hacia los dieciocho años, tras la pérdida de la religión se le empezó a desmoronar toda la construcción mental, social y política familiar en la que le habían forjado. Eran los años finales del franquismo, cuando la concepción aristocrática y arcaica de la vida que representaban los Ramírez de Haro, la Casa de Bornos, Jesús del Valle, se le aparecía como una cárcel opresiva, un mundo de mediocridad, costumbres y conformismo.