En 1883 el escritor y crítico de arte
Ignacio Manuel Altamirano se propuso buscar una pintura mexicana en la que se pudiera encontrar, por primera vez, atisbos de independencia artística. Extrañamente la encontró en un lienzo que representaba le exilio y cautividad de los hebreos en Babilonia después de que Jerusalén fuera conquistada por Nabucodonosor II.
A pesar del tema, más cercano a los gustos e intereses conservadores, y de sus evidentes semejanzas con modelos europeos, Altamirano descubrió en el cuadro una virtud que, a su juicio, lo convertía en la primera obra de arte verdaderamente nacional. A falta de nombre, llamó a esa cualidad ?mexicanismo.? Según Altamirano, el ?mexicanismo? del cuadro no dependía
del tema sino de la forma en que estaba representada la naturaleza: la Babilonia del cuadro era, a los ojos de Altamirano, el Valle de México. Como había hecho su generación con las armas, para
Ignacio Manuel Altamirano, una pintura verdaderamente nacional debía aspirar a reconquistar simbólicamente la ciudad de México y el Valle que lo circunda. La convicción del escritor liberal no era nueva, conquistar visualmente la ciudad y el valle de México fue una de las preocupaciones más persistentes de
artistas y científicos mexicanos.