Expiación de Ian McEwan
Susurró el nombre de él con la parsimonia de un niño que ensaya sonidos distintos. Cuando él respondió pronunciando el nombre de ella, sonó como una palabra nueva: las sílabas eran las mismas, pero el sentido era diferente. Por último, él dijo las dos sencillas palabras que ni el arte malo ni la mala fe pueden abaratar del todo. Ellas las repitió, con exactamente el mismo leve énfasis en la primera palabra, como si ella fuese la primera en decirlas
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