Una comida en invierno de Hubert Mingarelli
La casa apareció tras una hilera de árboles. No fue necesario hablar del asunto. La decisión estaba escrita en nuestras tripas y en el cielo helado. Pensábamos pedir leche caliente, café, pan o lo que fuese, sentarnos y esperar una hora al calorcito, mientras fumábamos sin parar. Pero al acercarnos, aún a más de cien metros, ya sabíamos que no íbamos a pedir nada. Desde fuera se trataba de una sucia casucha polaca. Si estuviese uno solo daría miedo. Uno solo no se pararía. Sentiría inquietud. Había tal cantidad de hielo y nieve sobre el tejado que parecía que la casa iba a hundirse en la tierra. |