El último verano de Klingsor de Hermann Hesse
Siempre era el mismo instinto, el mismo afán, la misma equivocación. Siempre era el mismo desengaño, el mismo dolor terrible. Uno creía estar cerca de Dios y sostenía a una mujer en los brazos. ¡Uno creía haber logrado la armonía y sólo había cargado su culpa y su miseria sobre una futura criatura lejana! (...) ¡Era insoportable seguir pensando hasta el fin!
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