El lobo estepario de Hermann Hesse
Me daba cuenta de que aquel hombre estaba enfermo, de algún modo, del espíritu, del ánimo o del carácter. Y me defendía contra él con el instinto del hombre sano. Esta repulsa fue sustituida en el transcurso del tiempo por simpatía, que tenía como base una gran compasión hacia este grave y perpetuo paciente, de cuyo aislamiento y de cuya muerte interna era yo testigo presencial. En este periodo fui teniendo conciencia cada vez más clara de que la enfermedad de este hombre no dependía de defectos de su naturaleza, sino por el contrario, únicamente de la gran abundancia de dotes y facultades disarmónicas. Pude comprobar que Haller era un genio del sufrimiento, que él, en el sentido de muchos aforismos de Nietszche, se había forjado dentro de sí una capacidad de sufrimiento ilimitada, genial, terrible. Al mismo tiempo comprendí que la base de su pesimismo no era desprecio del mundo, sino desprecio de sí propio, pues si bien hablaba sin miramientos y con un sentido demoledor de instituciones y de personas, nunca se excluía a sí, siempre era él el primero contra quien dirigía sus flechas, era él mismo el primero a quien odiaba y negaba.
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