Trópico De Capricornio de Henry Miller
El caso es que estaba muerta, definitivamente muerta para siempre, y ellos, los vivos, estaban ya separados de ella y para siempre, y había que vivir el hoy y el mañana, había que lavar la ropa, preparar la comida, y, cuando le llegara el turno al siguiente, habría que seleccionar un ataúd y reñir por el testamento, pero todo formaría parte de la rutina diaria y perder tiempo lamentándose y sintiendo pena era un pecado, porque Dios, si es que existía, lo había querido así y nosotros, los mortales, no teníamos nada que decir al respecto. Sobrepasar los límites de la alegría y de la pena es perverso. Estar al borde de la locura era el pecado más grave.
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