Libro de las canciones de Heinrich Heine
No puede ser: ¡triste suerte! ya es la tumba mi mansión: sólo de noche, por verte, vengo, burlando a la Muerte: ¡ve si es grande mi pasión! |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
No puede ser: ¡triste suerte! ya es la tumba mi mansión: sólo de noche, por verte, vengo, burlando a la Muerte: ¡ve si es grande mi pasión! |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
¡Ay! de mis penas más graves compongo breve canción, y agitando plumas suaves, va a posarse (tú lo sabes) en tu ingrato corazón. |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
Las azules violetas ruborosas de su pupila, que serena brilla; las delicadas rosas de su fresca mejilla; las blancas azucenas de su mano: todo, para robarme dicha y calma, todo aún florece espléndido y lozano |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
Mientras yo en tierras extrañas soñaba mil despropósitos, el tiempo se le hizo largo a la niña a quien adoro; cosió el vestido de bodas, y abrazó, cual dulce esposo, de todos sus pretendientes al pretendiente más tonto. Más hermosa cada día la veo, y admiro absorto las rosas de sus mejillas, las violetas de sus ojos; y esforzarme en olvidarla ha de ser -bien lo conozco- de todos mis desatinos el desatino más tonto. |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
Tachábalo todo, injusto; no escuchaba a nadie a gusto, ni aun al amigo mejor. Esto recuerdo que fue en aquella época en que comenzó la gente, odiosa, a llamar "Señora de ..." a mi niña veleidosa. |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
Si supieran las pobres florecillas cuán vivo es mi dolor, me ofrecieran, piadosas y sencillas, su aroma bienhechor. Si supieran los tiernos ruiseñores cuán grande es mi pena, dieran algún alivio a mis dolores cantando sin cesar. Si supiesen los astros en el cielo cuán hondo es mi sufrir, dejaran, para darme algún consuelo, su alcázar de zafir. Pero no saben ¡ay! la pena mía estrella, ave ni flor: sábela sólo quien desdeña impía mi afán y mi dolor. |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
No me quieres, no me quieres, y soporto tu desdén; tu rostro de cielo miro, y soy más feliz que un rey. Me odias; de tus propios labios lo escucho: ¡cómo ha de ser! Deja que tus labios bese: y así me consolaré |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
Cuando dulces y tranquilas me contemplan tus pupilas, se disipa mi aflicción; cuando, sin miedos ni agravios, tus labios das a mis labios, curado está el corazón. Cuando la cabeza inclino en tu seno alabastrino, el cielo siento bajar; cuando tu labio sincero exclama: ¡Cuánto te quiero! rompo entonces a llorar. |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
¡Levántanse de su tumba los héroes; en Roncesvalles estalla tremenda lucha; allá cabalga Rolando; allá van las huestes suyas; allá va también con ellas Ganelón, que Dios confunda! |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
Aquel poderoso hechizo olvidar no podré nunca: la oía por vez primera, y era su voz suave música que el pecho oprime, y los ojos con dulces lloros enturbia, sin que el alma se dé cuenta del bienestar que la inunda. |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
¡Qué aprisa vas, barquilla! Ante la casa paso de mi amante: en su alegre ventana el sol destella; casi me miro en su cristal brillante; mas ¡ay! no hay nadie en ella |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
Así, a punto, y siempre en vela, estaré, cual centinela fijo siempre en su lugar; hasta que oiga en feliz día rechinar la artillería y los caballos trotar. Y el Emperador, al frente de su ejército impaciente cabalgará, y al clamor, armado saldré de tierra, y otra vez iré a la guerra, detrás del Emperador. |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
¿La mujer? ... ¿Y qué me importa? ¿Los hijos? ... El alma absorta llora desdicha mayor. ¿Pan les falta? ... ¡Por Dios vivo! ¡Que lo mendiguen! ... ¡Cautivo! ¡Cautivo el Emperador! |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
A Francia dos granaderos, allá en Rusia prisioneros, vuelven ya: ¡suerte feliz! Al llegar una mañana a la frontera alemana doblan ambos la cerviz. Nueva oyeron lastimera: está ya la Francia entera en poder del invasor |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
Los tenaces combatientes ni tregua pugnan; apenas suena un mandoble, otro mandoble retumba. Id con tiento en las tinieblas, aceros que el odio empuña; sombras, visiones y ardides la traidora noche oculta. ¡Oh fraticidas hermanos! ¡Valle infausto! ¡Negra tumba! El uno al otro en el pecho la espada a la vez sepultan. Muchos siglos han pasado y generaciones muchas; y aún en el desierto castillo mira hacia la honda llanura. Por ella, de noche, vagan dos sombras, leves y mudas, y apenas suenan las doce, otra vez la espada cruzan. |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
Allá, en el monte, el castillo envuelto en la noche oscura; espadas acá, en el valle, que chocan y que fulguran. Embístense dos hemanos con igual cólera y furia |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
Cuál ataúd que mano lastimera orna de rosas y hojas de ciprés, aqueste libro engalanar quisiera, y en él mis versos sepultar después. |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
Al pronto, desesperado, dije, al verme en tal estado: soportarlo no podré. Pero, al fin, lo he soportado: el cómo, yo me lo sé. |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
Perturbar no quise tu alma, ni la victoriosa palma de tu ansiado amor ceñir; a tu lado, en dulce calma, soñé tan sólo vivir |
Libro de las canciones de Heinrich Heine
Soñando, en verde floresta vi juguetón arroyelo; miréme en sus claras linfas; estaba pálido y tétrico. Estaba tétrico y pálido desde que mis ojos la vieron: trocóse en pena mi júbilo sin sentirlo ni saberlo |
¿Qué objetousaron como traslador en el Mundial de Quidditch?