Ruedas de fortuna de H.G. Wells
Una vez en lo alto de la cima, colocó sus pies en los estribos y, marchando moderadamente derecho y haciendo uso intermitente de los frenos, descendió por una magnífica cuesta. En sus ojos apareció un nuevo placer, un placer que iba más allá del que provoca un fresco y dulce aire de mañana.
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