La máquina del tiempo de H.G. Wells
Veía brillar las estrellas sobre mí, pues la noche era transparente. Sentía una especie de cálido bienestar bajo su resplandor. Todas las antiguas constelaciones, sin embargo, habían desaparecido del cielo; ese lento movimiento, que resulta imperceptible a lo largo de cientos de vidas humanas, las había reordenado desde hacía largo tiempo en grupos desconocidos. Pero la Vía Láctea, seguía siendo el mismo banderín harapiento de polvos de estrellas de antaño. Hacia el sur, había una estrella roja muy luminosa, nueva para mí; era más espléndida aún que nuestra verde Sirio. Y, entre esos puntos de luz, un planeta brillante resplandecía amable y constantemente, como el rostro de un viejo amigo.
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