Sentirnos parte de algo más grande, sea una comunidad, un país o un grupo, es algo que el ser humano necesita de una o de otra manera. Por muy ermitaños que seamos, yo la primera, algo se nos remueve por dentro cuando coincidimos en gustos o en elecciones con otro alguien. Ya lo decían los filósofos antiguos: el hombre es un animal político. Por ello, para recoger ese sentimiento de unidad, la literatura produjo un género conocido como épica, historias sobre héroes que a través de sus grandes hazañas exaltaban los ideales de un pueblo. Aquel género, que nos cantaba las aventuras del Cid, de Eneas, entre otros, poco a poco fue evolucionando al género de la fantasía épica que hoy conocemos. Valor, unidad y algo muy por encima de nosotros, el bien y la justicia, son algunos de los valores que encontramos en él.
Pues precisamente, este es el género y estos son los valores que nuestro autor Gustavo Johansson, al que agradezco el facilitarme su obra, desarrolla en la novela que hoy nos trae aquí, Las fábulas de Arkan. En ella, nuestros protagonistas, en principio desligados y al margen de los asuntos del bosque de Arkan, comienzan a sentir la necesidad de actuar, de hacer algo para cambiar las cosas después de que en el bosque se haya cometido alta traición.
La honradez sin rostro y sin lealtad
Como ya habréis podido imaginar por la portada, los protagonistas de tan grave destino no son otros sino animales. Estos habitan el bosque de Arkan y se agrupan cinco facciones diferentes (aves, anfibios, reptiles, insectos y mamíferos) a las que solo une una cosa, ser los seres más pequeños del bosque (en oposición a los grandes mamíferos que tienen su propio sistema). Sobre las espaldas de sus senescales recae el peso de la armonía entre las facciones, la cual se ve rota por las aspiraciones que unos y otros seres de la sección de los Mamíferos tienen. Las comadrejas, antaño gobernadoras de esta facción, se vieron despojadas de su legitimidad por las actuaciones de su rey. Los Mamíferos proclamaron entonces a Ars sin Stak, un ratón, como senescal. Ahora las comadrejas quieren volver a su antigua gloria, para lo que confabularán con el resto de facciones y matarán al nuevo senescal. La historia no solo nos cuenta una guerra por el poder, sino la consecución de una guerra civil.
Y en todo este totum revolutum encontramos a un hurón y un ratón, a una ardilla, a dos ratones misteriosos y una comadreja desertora, ¡ah! y una princesa que han decidido que lucharán en este todo a su manera. Nuestro autor ha conseguido que cada uno de los personajes individuales destaque, sean los héroes, y desarrollar en ellos una personalidad que los distingue del resto, que hace que nos encariñemos con ellos y que provoca que entendamos perfectamente sus acciones. Además, será muy curioso porque esta revolución de los valores políticos que desencadenan las comadrejas conllevará pequeños actos de traición en cada uno de estos personajes. Esta fue una de las cosas que más me llamó la atención al leer la novela, la ‘traición’ como tal no es algo malo, en todos los casos es razonable y creo que en su mismo lugar hubiéramos hecho lo mismo (con Reginald, el instructor de cadetes, por ejemplo). Además, no todos los actos de traición consisten en matar a alguien, si no centrémonos en Lach y La sin rostro.
En ambos casos, los animales se sienten ajenos a la guerra que se acaba de declarar o, al menos deberían. Lach es un hurón que junto con su amigo Tebo se dedica a robar y estafar a los nobles del bosque, por su parte La sin rostro es un emisario los poderes fácticos. En ambos casos, no nos las imaginaríamos en el campo de batalla, ¿o sí? No diré mucho, pero Lach sí va al campo de batalla traicionando su idea de «ser sin lealtad» y La sin rostro... esa os la dejo a vosotros.
Lo que desde luego muestran estas dos traiciones, y la novela en general, es cómo el autor nos ha explicado estupendamente bien y sin que nos demos cuenta que las guerras, sean civiles o mundiales, se justifican ideológicamente (Jonas sin Bravoos, la comadreja que da el golpe de estado), pero su realidad es de tipo material (el capibara, Jomo sin Delance). En ese baile de poderes el resto de animales bailan al son que consideran correcto, o en su defecto el que creen que es el menos traidor, aunque se traicionen a sí mismos.
Un bosque, un mundo
Uno de los defectos que tiene la fantasía, para mi gusto, es que parece que sus novelas necesitan un mundo enorme para poder desarrollarse, un montón de culturas diferentes para crear identidad propia y, desde luego, un montón de nombres de personajes para dar veracidad al asunto. Cierto es que esta novela no se queda atrás en alguno de estos casos, sobre todo en lo que tiene que ver con los nombres, sin embargo, el empleo del entorno es magistral. Johansson ha conseguido que en un espacio muy pequeño, como son cinco localizaciones (realmente edificios), podamos ver una peregrinación, una marcha de batalla y la fuga de varios personajes. El enclave final, por cierto muy cercano en estética en composición narrativa a Minas Tirith, no es más que un árbol, pero consigue en él que todas las acciones que se desarrollan tengan su espacio y la gravedad necesarios. Johasson, frente a muchos autores que he leído, algunos de ellos consagrados, sabe ambientar perfectamente en pocas palabras, y eso se encuentra poco.
A esto, además, tenemos que añadir un uso estupendo del lenguaje para la caracterización de personajes. Como ya hemos mencionado más arriba, nuestro autor no emplea personajes humanos para desarrollar su historia, sino que ha optado por el empleo de animales. Esto puede parecer algo fácil, pero encuadrar el carácter de uno y otro animal, con el concepto, además, que el ser humano tiene de él es complejo. Por otro lado, él esta contando una historia con un contenido, «un mensaje», independientemente de los seres que están actuando en ella, pero no evita que los animales puedan tener comportamientos como tal, eso sí, sin desmerecer la trama. De esta manera, vemos a ratones que tienen comportamientos que llamaríamos risueños y que estos cuadran con la seriedad de la discusión o conversación que están llevando a cabo, vemos cómo las comadrejas tienden a la agresividad y el orgullo, pero eso no rebaja un ápice el honor que se destila en las palabras de Jona sin Bravoos. Y no solo consigue que los animales sigan pareciendo animales y actores de un conflicto político, además, consigue imprimir épica a sus diálogos y descripciones.
Qué queda decir
Recomiendo encarecidamente su novela, ya que es la primera parte de una saga, la cual espero que pueda concluir algún día. No penséis que por ser saga os quedaréis a medias, merece la pena leerla por reírse con Tebo, gritar de furia con Duncan o amar con Jeremiah.
La verdad es que Johansson lo ha hecho muy bien. En un lugar tan pequeño, como es un bosque, y en unos seres tan diminutos, como son los hurones, las hormigas, los ratones o las comadrejas, consigue contener todos y cada uno de los nobles sentimientos de la épica fantástica.
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