El tambor de hojalata de Günter Grass
Pero yo me di vuelta, ahogué las golondrinas de mis sobacos, aplasté los erizos que celebraban sus nupcias bajo mis plantas y dejé morir de hambre a los gatitos grises de mis corvas; rígido, despreciando la exaltación del salto, me dirigí a la barandilla, llegué a la escalera y me hice confirmar por cada barrote que no sólo se puede subir a los trampolines, sino que se puede también bajar de ellos sin haber saltado.
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