Cenizas de Grazia Deledda
En aquel lamento se encontraba todo el dolor, el mal, la miseria, el abandono, la pena no escuchada del lugar y de las personas; era la voz misma de las cosas, del lamento de las piedras que caían una a una de los muros negros de las casas prehistóricas; de los techos que se derrumbaban, de las escaleras exteriores y de los balcones de madera carcomida que amenazaban con derrumbarse; de los euforbios que crecían en las pequeñas calles de piedra; de las gramas que cubrían los muros; de la gente que no comía; de las mujeres que no tenían ropa; de los hombres que se emborrachaban hasta desmayarse y que golpeaban a las mujeres y a los niños y a los animales porque no podían azotar al destino; de las enfermedades no curadas; de la miseria inconscientemente aceptada como la vida misma.
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