La isla de Giani Stuparich
Y todo eso se lo debía a su padre. Como un dios le había parecido entonces, poderoso, con el semblante iluminado, la voz sonora, los aires de conquistador: enhiesto, sencillo, jovial. Bajo su protección había aprendido a moverse y allí, donde antes se había imaginado únicamente desconocidos y pavorosos abismos, había descubierto un terreno firme y el regocijo de caminar por él con desenvoltura.
|