La isla de
Giani Stuparich
¡La vida, papá, qué sabor tan pasajero, y sin embargo tan saturado de esencia! Es como este viento que trae el aroma del mar: basta respirarlo. Has visto hace poco a esas dos chicas: iban al encuentro de la gustosa nada de la vida y estaban llenas de gozo. Cómo ha vibrado el aire y el cielo de la isla por esta parte: un pequeño nido de piedras en la inmensidad, pero cómo palpita al sol, cómo saborea la delicia del viento. Imagino los barcos de nuestros antepasados, cuando regresaban de los océanos, de tierras lejanas, y volvían a su minúscula patria. Con qué emoción volvían a ver sus perfiles, sus piedras reverberantes de sal. ¿Y el abuelo? Aquellos ojos azul celeste que se entrecerraban, aquellos labios que le daban un aspecto satisfecho, un poco canalla…